LOVE & SEX
Pedro Gerstenzang
Estaría yo en cuarto grado, cuando comprendí que lo que a mí me pasaba no era corriente. Me había fijado en dos de mis compañeras de clase. Julia Valdez era pálida, pecosa, muy dulce. Todos los días me traía diferentes regalitos: canicas, dinosaurios de plástico… Gilda Alfonso jamás me dirigía la palabra. Llevaba el pelo como Morticia Addams, leía las escalofriantes historias de Edgar Allan Poe y nunca sonreía. Una tarde seguí a Gilda hasta su casa; cuando estábamos a punto de llegar a su portal, se volvió y me miró furiosa entrecerrando los ojos castaños de forma amenazadora. “Deja de seguirme, imbécil”, gritó. Luego, para asegurarse de que la idea se me quedaba bien clara, levantó una piedra del suelo y me la tiró a la cabeza… Y yo me enamoré locamente de ella.
Me encantan las mujeres complicadas. No como Glenn Glose en Atracción fatal ni Jennifer Jason Leigh en Mujer blanca soltera. En esos casos se trata de sicópatas, y yo estoy hablando de chicas misteriosas, bonitas, pero con ciertas… peculiaridades. ¿Será porque yo soy difícil y complicado? Pues no, soy exactamente lo contrario. Me gustan los deportes, mi madre, la música de Luis Miguel. Mi vida es muy sencilla. Puede que ésa sea precisamente la razón por la que me atraen las mujeres fatales y con algo de misterio. Su sentido trágico de la vida, sus dudas existenciales, me excitan.
Me asombra cómo es posible que yo pueda ver a un bebé y sonreír, mientras Mónica (mi ex novia) puede alzarlo en sus brazos y exclamar: “Oh qué pena: se hará y acabará muriéndose como todos nosotros”. También me gusta el reto, el sacrificio y duro trabajo que implica la conquista de las mujeres complicadas. Hay algo muy sugerente en una mujer que te dice: “No te necesito, amor. Estoy muy ocupada contemplando el abismo”. Esa actitud hace que me entren unas ganas incontenibles de subirme las mangas y ponerme a trabajar. Las inundo con ramos de flores, las invito a restaurantes de cinco estrellas como para decirles: “¿No crees que la vida merece la pena? Si te quedas esta noche conmigo, te haré olvidar a los existencialistas y lograré que te gusten los boleros”. Y, aunque debo decir que no ha sido frecuente, recuerdo las veces en que he podido hacer reír a una de esas mujeres complicadas como algunos de los momentos más memorables de mi vida. Ahora, vayamos a la cuestión del sexo. Yo he hecho el amor con chicas encantadoras y lo he pasado muy bien, pero enseguida echaba algo de menos. Generalmente, las mujeres complicadas, como están tan exquisitamente aburridas, son quienes se expresan con más elocuencia en el sexo. Te pueden decir, de repente: “Quiero atarte al sofá y lamerte el pecho cubierto de mermelada” o “Puedes hacerme lo que quieras, nada me va a sorprender”.
Ese tipo de cosas me llena de emoción, y casi siempre son las mujeres complicadas y misteriosas quienes las sugieren.
Desde luego, no soy el único que tiene esa obsesión. Tomemos, por ejemplo, a mi amigo Carlos. No hay una persona más sencilla y natural que él; sin embargo, sólo le gustan las mujeres que no lo comprenden. Supo que se había enamorado de su última novia, Sonia, cuando fueron a cenar y ella se pasó todo el tiempo hablando de anormalidad sicológicas (su especialidad), pero cuando ya quedó totalmente fascinado, fue cuando ella lo llevó a su apartamento. “No tenía ni un solo mueble –me contó Carlo-. El apartamento era precioso, pero estaba completamente vacío. Aunque llevaba seis meses viviendo en él, me explicó que estaba pasando por un “periodo minimalista” y lo prefería sin nada. Esa era la mujer que yo estaba buscando”. La historia se acabó pronto, pero Carlos se divirtió de lo lindo mientras duró.
Luego está mi otro amigo Pedrito. Hace poco, estuvo saliendo con una productora de televisión, que bebe demasiado y tiene un novio celoso. Y Marcos, que está enamorado de una actriz algo mayor, que fuma como una chimenea. ¿Por qué lo hacen? “Yo no me tiro en paracaídas ni vivo aventuras en la selva”, dice Marcos, “pero me gusta el peligro de una relación que puede estallar en cualquier momento. Me mantiene muy despierto”. Pero, ¿puede un tipo común casarse con una mujer “rara” y llevar una vida aceptable? Me temo que no. En lo más profundo de nuestras almas, nosotros, los buscadores de emociones sabemos que esto es sólo una etapa. Estoy seguro de que uno no se casa con una mujer “rara”. Eso sólo significaría una vida complicada, llena de peleas, reconciliaciones y, finalmente, el divorcio. No estoy para pasar esos trabajos.
Cuando esté listo, me olvidaré de todas esas misteriosas y excéntricas poetas, de las mujeres que deben demasiado o que no tienen muebles en su casa, y buscaré a alguien cariñosa, y en quien pueda confiar. Puede ser incluso Julia Valdez, la chica que daba regalos en el cuarto grado de primaria.
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