Javier González Sánchez
Un joven de 16 años se divierte en casa de unos amigos; beben refrescos, comen pizza, se entretienen con videojuegos… no muy lejos de él una persona de edad avanzada observa una nueva edición de su concurso favorito. Sin que ellos lo sepan tienen algo en común: se sienten solos. Son dos tipos distintos de soledades y la manera de enfrentarse a ellas también debe de ser distinta. Pero la soledad puede resultar tan perjudicial como muchas enfermedades. De hecho, el aislamiento atrae enfermedades.
La soledad no deseada va en aumento en España, especialmente entre las personas mayores de 65 años…
Existe una gran diferencia entre la soledad autoelegida y el aislamiento. Los espacios de soledad pueden ayudar a una persona en momentos de estrés, ayudan a recuperar energías, facilitan la reflexión y ayudan a conectar con las propias emociones. Sin embargo, el aislamiento social se produce cuando una persona está alejada de su entorno de manera involuntaria.
El aislamiento social es muy común en personas mayores o en aquellas que tienen dificultades funcionales o dolencias que les impiden salir de su domicilio. Puede acarrear depresiones y algunos estudios sostienen que causa dificultades de aprendizaje, problemas de atención y para tomar decisiones.
En personas jóvenes el aislamiento social puede deberse a problemas de acoso escolar o a traumas en la infancia. La sobreprotección de los padres también puede ocasionar que el niño no aprenda cómo relacionarse con su entorno. A estos niños les resultará mucho más difícil establecer nuevas relaciones cuando lleguen a la edad adulta.
Una persona que se encuentra en situación de aislamiento debe enfrentarse al hecho de que hay algo en su vida que puede y debe cambiar. El afectado debe salir de su zona de confort y abrirse a nuevas experiencias que le ayuden a conocer a otras personas. Pero no todo el proceso tiene que ser de cara al exterior. Que una persona que se encontraba aislada consigue formar parte de un grupo social y de apoyo no garantiza que deje de sentirse en soledad.
La soledad, al igual que amor, la amistad o la alegría, admite tantas definiciones como sujetos que pretendan definirla. Porque cada soledad es distinta y sólo cada persona puede comprender los temores que le despierta la suya. “Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad”, escribió Guy de Maupassant, escritor francés. Todos nos sentimos solos. Estar rodeados de gente que nos quiere no significa que ellos tengan que aliviar nuestra soledad. El error está en creer que estas emociones son algo de lo que debe librarnos alguien que no seamos nosotros mismos.
Sentirse solo es muy distinto a estar solo. Tal vez la clave de la felicidad sea aceptar nuestra propia individualidad, nuestra propia soledad. Querernos sin necesidad de que otra persona decida que merecemos ser queridos, disfrutar de nuestra vida porque es nuestra, y compartirla sin dejar de valorar los momentos que son sólo para nosotros.
El autor es periodista.
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