Como en todos los gobiernos y en todo tiempo, el gobierno se encuentra empeñado en dialogar con el magisterio nacional, sea rural o urbano. La comunidad nacional lleva muchas décadas de experiencias en que “todo se intentó para solucionar los problemas que enfrenta la educación” y uno de ellos está referido a los problemas salariales. La verdad es que, producida una amenaza de conflicto, las autoridades esperan que se produzca mediante marchas, manifestaciones, bloqueos y otras medidas de las que, por principio moral y pedagógico, deberían estar alejados los maestros que son, deben ser, formadores de la niñez y juventud.
Si se examinara a fondo los problemas que confrontan los maestros, se llegaría a la conclusión de que todo arreglo, año tras año, siempre ha sido parcial, momentáneo o “lo necesario para suspender la huelga o, más concretamente, los perjuicios a la niñez y la juventud”; pero ese “dejar hacer y dejar pasar” no lleva a una solución integral de los problemas; al contrario, los agrava porque no se busca remedios ni se aplica medidas que efectivamente solucionen -no remedien momentáneamente- los problemas. No se toma en cuenta los puntos planteados por los maestros -al margen de posiciones chauvinistas, populistas y demagógicas de muchos de sus dirigentes- que, en buena parte, muestran realidades y su solución radicaría solamente en que se aplique fórmulas acordes con las posibilidades financieras del país y, sobre todo, mostrando la necesidad de adoptar políticas que permitan que los maestros den algo más de su parte.
Ese “dar de parte del magisterio” consistiría en que la carrera del magisterio no implique, simplemente, conseguir una fuente de trabajo segura, porque maestro salido de una normal, de hecho tiene un cargo y resulta, como en el caso de los militares: cadete hecho teniente, de hecho tiene trabajo y, eso sí, muy bien remunerado y superior -por los excesivos beneficios- a lo que percibe un maestro. El magisterio debe ser profesión donde la formación del maestro no termina con el título en una normal, sino que ello sea el principio para continuar estudiando y alcanzar una formación integral y convertirse en verdadero mentor de la niñez y la juventud. Lógicamente que para conseguir este objetivo, se requiere el respaldo del gobierno mediante becas, cursos especializados y que permitan superar en alto grado lo aprendido durante la estancia en la Normal; condiciones que permitan al maestro confiar en las autoridades y sabedores de que la especialización o perfeccionamiento a lograrse será positivo no solamente para los educandos sino para él mismo por el reconocimiento que se le haga con mejores sueldos y condiciones pedagógicas para su trabajo.
El país no debe depender de huelgas y paros o diálogos “de nunca acabar” y las autoridades tienen que actuar conforme a realidades precisas para dialogar y remediar dificultades planteadas que se hacen eternas, sin imitar a autoridades ‘ad-aeternum’ que ya no saben qué hacer, pero sí se mantienen en sus cargos por considerarse insustituibles.
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