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La conmoción interminable que vive Venezuela bajo Nicolás Maduro ha alcanzado niveles críticos como nunca y todo parece indicar que el desenlace está próximo. La forma que tendrá ese desenlace es el foco de las más grandes apuestas políticas de la región latinoamericana sobre un país que ha sido un centro constante de controversias en las últimas décadas.
La ciudadanía opositora encontró esta semana una forma de manifestarse que complicaba la represión de los soldados de la Guardia Nacional: la protesta era en paz, bajo la forma de “plantón” en la que la gente se concentraba en determinados lugares para expresar su descontento con el régimen de una manera nada habitual. No era fácil echar gases lacrimógenos sobre gente que conversaba, leía, cantaba, rezaba y jugaba cartas mientras acumulaba adherentes.
El Nacional relató el lunes que una mujer se hizo presente en una avenida del este de Caracas y envuelta en los colores de la bandera venezolana, realizó piruetas frente a plantonistas, alegres y animados con el inesperado espectáculo acrobático de la atleta que simulaba reprimirlos.
No fue así en todas partes ni en todo momento. Dos personas murieron el martes en las ciudades de Mérida y Barinas. El miércoles la tensión había recrudecido en Caracas e imágenes televisivas y testimonios por Internet mostraban de nuevo nubes de gas lacrimógeno en el centro de la ciudad con el despliegue de la milicia policial para dispersar manifestantes. Hasta el jueves había un registro de 28 muertes, y comenzaba el proceso de 24 meses para retirar a Venezuela de la OEA.
Las protestas estallaron a fines de marzo tras la decisión de la Corte Suprema de Justicia de disolver la Asamblea Nacional, en la que la oposición tiene una amplia mayoría, y asignar a una de sus salas el papel legislador. Dirigentes opositores dijeron que el movimiento de protesta no cederá hasta que el gobierno convoque a elecciones regionales, se dicte una amnistía general con liberación de todos los prisioneros políticos y Maduro se repliegue del escenario político venezolano.
Incluso para los gobiernos europeos que apoyaban a Maduro o evitaban criticarlo, la continuidad del sistema que implantó el comandante Hugo Chávez luce insostenible. Ahora ni siquiera contaría con los votos dóciles de algunas islas del Caribe que lo protegían contra censuras y aislamiento hemisférico.
Los analistas ven al régimen a cargo del país con las más grandes reservas petrolíferas del mundo en picada lenta y dolorosa, con su presidente ahora abierto, quizá demasiado tarde, a concesiones que hace pocos días nadie imaginaba poder arrancarle. El domingo dijo que estaba ansioso por realizar las elecciones para gobernadores que debían haberse efectuado en 2016. Pero no iba más allá del que dijo que era su mayor deseo, y el Consejo Nacional Electoral, que el régimen controla, se mantenía en silencio. Maduro lanzó la carta electoral para apaciguar a los venezolanos que están en las calles. Éstos no le creyeron o desdeñaron la jugada. El Socialismo del Siglo 21, del que el gobierno boliviano es militante, parecía en trance de perder a su país líder fundador y hasta no hace mucho ariete financiero.
Los observadores veían una perspectiva sombría para esa corriente y creían que, dado el fracaso estrepitoso en Venezuela, con 1.660 por ciento de inflación calculada para este año, escasez insoportable y una delincuencia desembozada, no levantará cabeza en la región siquiera durante dos generaciones. La izquierda radical venezolana dilapidó la mayor oportunidad de erigir a su país en ejemplo de desarrollo armónico, pues recursos financieros no le faltaban. La falta de talento administrativo y la falta de honestidad del régimen habrían quedado al desnudo cuando los precios del petróleo se derrumbaron hace tres años.
Los observadores dicen que las cavilaciones de las cancillerías de la región se centran en determinar la forma que tomaría apartar al régimen. Un golpe clásico parece descartado, aunque subrayan que esa sería la forma que Maduro y su régimen buscarían.
Nada más ingrato para un gobierno de izquierda como la venezolana, subrayan, que salir desplazado por la voluntad popular. La memoria de Honecker y Ulbritch, (Alemania), Ceaucescu (Rumania), Jaruzelski (Polonia), Svoboda (Checoslovaquia), Hoxa (Albania), Kádar (Hungría), para citar a algunos de la izquierda europea, se deslizó muy rápido hacia el olvido y el desprecio por un tobogán oscuro apenas fueron apartados del poder. (O ejecutados, como el rumano.) Nadie se atrevería a erigir una escuela, fundar una Universidad o abrir una biblioteca con el nombre de cualquiera de ellos.
Un golpe militar y una represión masiva permitirían a los líderes de la izquierda venezolana victimizarse y provocar algunas reacciones internacionales de simpatía. Pero el camino de la resistencia pacífica promovido por las organizaciones civiles apunta a una salida institucional cuyo camino sería solo la renuncia de Maduro y/o la convocatoria inmediata a elecciones nacionales y regionales.
Los observadores creen que el mango de la sartén ha pasado a manos opositoras y que el margen de maniobra del régimen es estrecho. Como en la novela de Constantin Virgil Gheorghiu, La Hora 25, es el momento en que para el individuo se acaban las posibilidades y yace solitario ante el estado. Solo que en este caso, subrayan, Maduro debía representar al estado. Ahora parece en curso una voltereta en la que el líder venezolano jamás pensó y pronto podría enfrentarse a la justicia. Los observadores creen que quizá entonces podría pedir que no sea la misma justicia que el régimen montó.
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