Paula Martínez Camino
A los tres años Owen desarrolló autismo. Comenzó a comportarse diferente. Se aislaba, tenía dificultades para hablar y moverse, su cerebro no podía hacerse cargo de todos los estímulos exteriores y éstos lo abrumaban. Llevaba un año sin hablar. Sus padres sentían que alguien había “secuestrado” a su hijo. Hasta que un día, mientras veía la película de Disney “La Sirenita” en la televisión, comenzó a murmurar algo que al principio sus padres no entendían: “Sólo tu voz”. Lo que la bruja le pide a Ariel a cambio de convertirla en humana, y lo que el autismo le había quitado a Owen.
No se sabe qué causa este trastorno, pero afecta en torno a un niño de cada cien nacidos en Europa, según datos publicados por la Confederación de Autismo en España. En general, los autistas presentan dificultades para relacionarse y comunicarse con los demás y alteraciones en su capacidad para imaginar. Pero estos síntomas se manifiestan de diversas formas y con diferentes intensidades en cada persona. Owen teme lo que no está programado o previsto. Los cambios le ponen nervioso. Se aferraba a la rutina de ver películas de dibujos de Disney en VHS. La vida avanzaba a su alrededor, lo único que seguía siempre igual eran los guiones de los dibujos que conocía de memoria.
Las películas de Disney le ayudaron a comprender el mundo, pero también jugó un papel clave la terapia psicológica. El autismo no se “cura”, es una manera de funcionar diferente, que aunque no tiene por qué ser perjudicial, dificulta la integración en la sociedad de estas personas. Pero “con tratamientos adecuados y apoyos suficientes en su entorno, podrán mejorar sus síntomas, podrán desarrollar sus habilidades y hacer muchos y buenos aprendizajes, podrán disfrutar de una buena calidad de vida y podrán llegar, en muchos casos, a hacer aportaciones muy útiles a la sociedad” afirma Mercedes Belinchón, doctora en Psicología.
El terapeuta suele analizar las conductas del niño autista y establece qué habilidades necesita adquirir, cuando las ha aprendido fija un objetivo nuevo. Es importante que las terapias sean comenzadas cuanto antes mejor (en torno a los tres años de edad del paciente). Además son de larga duración, unos dos años como mínimo. La intensidad de las terapias depende del ritmo de aprendizaje del niño, pero cuantas más horas se emplee, más eficaz será el tratamiento.
Owen Suskind luchó con el apoyo de su familia por salir del aislamiento. Ha conseguido un trabajo, una novia, y vive sin sus padres. Así acabó de pronunciar un discurso en una conferencia sobre autismo: “El futuro me daba miedo y parecía inseguro. No quería crecer. Yo sólo veía el mundo y cómo pasaba desde mi torre, como el jorobado de Notre Dame. Ahora cuando me veo en el espejo, veo a un hombre autista orgulloso. Fuerte, valiente y listo para afrontar un futuro brillante y lleno de maravillas”.
La autora es periodista.
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