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Las condiciones para un diálogo político y social en Venezuela ciertamente nunca estuvieron presentes, pese a la mediación del Papa Francisco, que fue engañosamente promovido por el propio Nicolás Maduro y en el mismísimo Vaticano. De este modo involucró a la Iglesia Católica en una acción que estaba de partida condenada al fracaso, que presumiblemente partió de la existencia de la buena fe del Santo Padre y de los políticos opositores, al punto que este diálogo fue acompañado por algunos altos dignatarios de Estado, pertenecientes a otros países, que es difícil pensar que se estaban prestando a este doble juego, aunque nunca hay que descartar esta posibilidad.
Lo que no ocurrió en Bolivia, cuando se dio el “Diálogo para la Democracia” debido a que el principal interlocutor, don Hernán Siles Zuazo, actuó con honestidad y transparencia, que son dos condiciones esenciales para cualquier negociación, máxime si está en juego la vida y la convivencia pacífica de un pueblo, al margen de que los interlocutores también jugaban su propio pellejo, con tal de llegar a la solución del problema que en este caso estaba enfrentando toda una sociedad, sumido en una hiperinflación como la que tiene actualmente Venezuela.
Lamentablemente, los opositores al régimen y los propios aliados no entendieron el mensaje de la Iglesia, ya que antes que nada, buscaron el entendimiento de los partidos políticos para que lleguen a un acuerdo de fondo o Pacto Social, a fin de allanar los obstáculos estructurales y de buscar la fórmula más conveniente para salir del estancamiento que secularmente vive Bolivia. Se trataba de aminorar el costo social hasta el límite posible, maximizando las potencialidades que tiene el país, dentro de un ordenamiento y convivencia democrática que es lo que quiere la mayor parte de la población que juega a la vida pacífica honradamente.
Claro está que cuando el precio que hay que pagar es demasiado alto, como parece ser el caso de Maduro y de todo su séquito, como ocurre en otras partes del mundo, no hay diálogo posible ni mediación que valga, ya que las condiciones para llegar a una solución a través de éste no existen, lo que obliga a llegar a extremos, como parece ser el caso venezolano, donde ya se juega “el todo por el todo”, provocando un temor generalizado, como se vive actualmente.
En el caso boliviano, si bien los partidarios del régimen querían realizar su propio juego, se encontraron con un líder político que tenía ética y estaba dispuesto a honrar con su palabra, lo que no parece ser una cualidad de los detentadores del actual poder en Venezuela y aún en tierra propia, lo que desdibuja gravemente la credibilidad de las instituciones, que casi siempre se ha pretendido controlarlas, con todas las consecuencias negativas, especialmente históricas y sociales.
No se puede romper las reglas básicas del ordenamiento democrático y de las relaciones jurídicas entre los ciudadanos, particularmente entre el Estado y la sociedad, puesto que con ello se anula la vigencia de un elemental Estado de Derecho, por más que se tenga un librito a la mano y se lo cite a cada momento. La democracia es un estado de situación, no un vacío recurso retórico.
Los líderes del chavismo han declarado que jamás abandonarán el poder. Ni ahora, ni mañana ni nunca, para lo cual, como está claro dieron un golpe de Estado desde el interior del Estado, controlando la legalidad para usarla en contra de sus adversarios. Para colmo, Maduro acaba de lanzar una última propuesta convocando a una “sugerente” Constituyente, con cinismo y grandilocuencia, pensando que los líderes de la oposición son unos ingenuos o pueden ser engatusados más de una vez, sin tomar en cuenta que está presente la dinámica de todo un pueblo que está sumido en la miseria, sin seguridad interna y con desesperación sin límite, por lo cual está empujando desde atrás para lograr una pronta salida democrática a fin de que el desenlace no sea de proporciones fatales, como podría ocurrir en cualquier momento.
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