Cassandra Vera se enfrenta a un año de prisión por hacer chistes en Twitter sobre el que fuera presidente del gobierno franquista en 1973. Para el rapero Miguel Arenas la condena asciende a más de 3 años de cárcel por ofensas al rey y supuesto enaltecimiento del terrorismo en sus canciones. Al tiempo que un presentador de televisión afronta un juicio por hacer bromas sobre un monumento de la Dictadura.
Puede ser de mejor o peor gusto, tener más o menos gracia, pero chistes, bromas o canciones no dejan de ser el resultado de la libertad de expresión. Semejante control sobre el desarrollo de un derecho fundamental no es propio de una democracia madura.
Sin una separación de poderes de facto, cualquier sociedad corre el riesgo de padecer intolerancia con todo aquello que no forma parte de sus ideas. En España esta separación está cuanto menos cuestionada. En algunos de estos casos existe una clara vinculación entre jueces y partidos políticos.
Fue John Stuart Mill quien argumentó hace dos siglos que debe existir la máxima libertad de profesar y discutir cualquier doctrina por inmoral que pueda considerarse. Y eran jefes de gobierno de toda Europa quienes marcharon por las calles de París contra el terrorismo y a favor de la libertad de expresión bajo el lema Je suis Charlie. Enarbolaban la bandera de la libertad de expresión.
“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”, en aquel momento cualquiera de los jefes de gobierno allí presentes habría tomado como propias las palabras de Voltaire. Pero dos años después dieron un paso atrás en cuanto a derechos y libertades se refiere. Ya no son Charlie, ni mucho menos Voltaire.
El problema queda patente al escuchar a un locutor de radio decir sin mayor reparo: “veo a Errejón, veo a Bescansa, veo a Rita Maestre y si llevo el arma disparo”, mientras condenan a una chica de 21 años por un tuit. Compartir la libertad de expresión en la medida que ésta no cuestiona la propia ideología es no comprender en lo que consiste realmente. Expresar de forma libre las ideas no merece ni cárcel, ni condena y no hacerlo nos acerca más a la Dictadura del siglo pasado que a la democracia del Siglo XXI. Parece que el peligro sean las ideas, a pesar de que no entren en conflicto con otros derechos fundamentales.
El autor es periodista.
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