Abre la muralla

Pedro Miguel Lamet

“La tristeza es un muro entre dos jardines”, afirma en uno de sus libros Khalil Gibran. La frase me vino a la memoria nada más conocer los planes de Donald Trump, no solo por su decisión de terminar de construir el absurdo muro con México, sino por toda su política de proteccionismo, xenofobia y egoísmo internacional. Ni responde solamente, por desgracia a la corriente que lo ha aupado a la Casa Blanca en Estados Unidos, sino que, como estamos comprobando se traduce en Europa en una vuelta a los nacionalismos, el odio al extranjero, los Brexit y el resurgir de una extrema derecha excluyente y unos populismos con visos dictatoriales.

Aunque esté contaminado y parcelado, el mundo es nuestro jardín, un gran jardín de todos, que hemos parcelado con múltiples muros, vallas y cercas. Desde la Muralla China al muro de Berlín, las vallas de Ceuta y Melilla y el muro de Trump, pasando por la pared que protege la finca del vecino, toda separación ocasiona, como dice Gribrán, solo tristeza, quizás porque la identidad del ser humano es la unidad con la naturaleza y con sus semejantes los hombres. Cuando el hombre crea divisiones, se empobrece. Cuando se esfuerza por unirse recupera su último sentido, su razón de ser, su alegría. Cuando se cumplen sesenta años de esa gran idea que fue la Unión Europea. Parece que hemos olvidado sus ideales.

El tratado que entonces se firmó sienta sus bases en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, estado de derecho y acatamiento a los derechos humanos, incluidos los de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres. Son valores que deben ser respetados por cualquier Estado que vaya a adherirse a la Unión Europea. Y si un país miembro viola esos valores puede ser sancionado e incluso puede ser retirado de la Unión Europea. Sólo echar una ojeada a lo que está sucediendo con los refugiados muestra cómo los muros que nos hemos creado están dando al traste con esos ideales.

Pero esos muros crecen primero dentro de nosotros mismos. Importa arrimar el hombro para ir derribando todos los muros que nos deterioran como personas y colectividades, o al menos cómo abrir algún agujero en la muralla como cantaba Nicolás Guillén en el poema interpretado por Ana Belén: “Abre la muralla”. Y es que ante situaciones así, ante tanta mezquindad, hay que dar la voz a los poetas. Como a este de Lamartine, “¿Para qué el odio mutuo entre las gentes?”, traducido por Andrés Bello:

¿Para qué el odio mutuo entre las gentes? / ¿Para qué esas barreras, que aborrecen los ojos del Eterno?

¿Hay acaso fronteras en los campos del éter? / ¿Vense acaso en el inmenso firmamento vallas, /linderos y murallas?

¡Pueblos, naciones, títulos pomposos! / ¿Qué es lo que dicen? ¡Vanidad, barbarie! / Lo que a los pies ataja/ no detiene al amor. Rasgad, mortales/ Naturaleza os grita, /las funestas banderas nacionales; el odio, el egoísmo tienen patria: /no la fraternidad.

El autor es escritor y periodista, Director de la revista A VIVIR.

Twitter: @Tel_Esperanza

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