Somos un país pobre y subdesarrollado; vivimos pendientes de nuestras pocas exportaciones y estamos confiados en que las inversiones solucionen muchos de nuestros problemas. Vivimos aferrados a criterios por lo que se cree que la producción depende solamente de las empresas y su capacidad para invertir y trabajar; creemos, especialmente en niveles gubernamentales, que “el capital es contrario al interés de los trabajadores y que, por ser ‘neoliberal’ o está satanizado con el mote de imperialista, no es conveniente para la vida de un país revolucionario donde las políticas de cambio harán milagros”.
En fin, hay situaciones y hechos que a nadie convencen y que solo implican que el subdesarrollo y la pobreza se hagan mayores en el país; en otras palabras, se cree que el sofisma del “cambio” -que nada cambia- será productor y generador de riqueza. Después de once años de gobierno, el régimen del MAS debería convencerse de que las improvisaciones, las políticas “a dedo”, la práctica de beneficiar a los áulicos y la manía de gastar por gastar o el grave error de contraer préstamos externos no son “cambios” que el país necesita. Es tiempo de entender que todo ello es contrario al país y que “el socialismo del Siglo XXI” no sirve para manejar un país y menos para derrotar a la pobreza.
Hay políticas o acciones sencillas que se debería aplicar: una de ellas es no restringir la producción, no poner vallas en el camino de crear empresas y empleo, no imponer tasas de impuestos que no corresponden a un país que nada tiene de desarrollado y que, créase o no, está a muchos años luz de “ser como Suiza”. En otras palabras, llegó el tiempo, después de once años infructuosos y desperdiciados, de trabajar, producir, invertir para crear riqueza y todo ello es sobre la base de respetar al capital privado, concebir que no tenemos tecnología propia y que somos dependientes de lo que otros piensen e inventen.
No se puede exigir producción cuando los impuestos están para ahogar a las empresas; menos se puede pedir producción cuando los costos de materias primas y de lo producido suben; menos se puede exigir que se piense solamente en interés de la clase trabajadora que también debe tener responsabilidades en el crecimiento empresarial y en los beneficios que logre sabiendo que todo ello será a favor del propio trabajador. No se debe exigir que se pague más de lo que las posibilidades empresariales lo permiten y menos imponer, por ejemplo, el pago de “un segundo aguinaldo” basado tan solo en estadísticas falseadas, ajenas a la realidad económica del país; menos, por supuesto, imponer aumentos salariales o creación de bonos sin contar con las bases de producción apropiadas.
Hay, pues, mucho que corregir y hacer; descuidarlo todo en nombre del “dejar hacer y dejar pasar” no es otra cosa que irresponsabilidad e insensibilidad con el país.
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