Economía de palabras
En la famosa ficción de Arthur Conan Doyle, un investigador escocés encuentra en la amazonia venezolana un “mundo perdido”, con dinosaurios vivos.
Con similares ojos de asombro, parlamentarios europeos que estuvieron en Bolivia informaron en Bruselas que habían visto con preocupación que aquí “hay una autocensura que se va propagando por toda la sociedad boliviana y que nos preocupa muchísimo”.
Esto alude al periodismo, en primer lugar, pero también al resto de los bolivianos. Somos, para los ojos de estos europeos, una especie desaparecida en el resto del mundo, callados y temerosos.
Esos mismos parlamentarios han advertido que en Bolivia se avanza (el verbo es engañoso) hacia una autocracia, porque aquí todos los poderes han sido controlados por un partido político. Lo dicen cuando, precisamente, el gobierno da un nuevo retoque a una segunda reforma judicial que le permitirá no solamente garantizar la re-re-re del presidente Evo Morales, sino también la impunidad de los actuales gobernantes cuando las cosas cambien.
Cerca de donde estuvieron aquellos dinosaurios imaginarios, hay otro pueblo, compuesto por ciudadanos que estuvieron callados mucho tiempo pero que ahora han decidido salir a la luz, recuperar el derecho a la palabra y a la protesta. Allí, los gobernantes negocian salidas amigables, se dice, como un asilo del dictador.
Aquí no, aquí se urde una trama por la cual los pecados, de todo tipo y de todo monto, sean cubiertos por jueces que serán elegidos de entre los más leales.
Pero lo preocupante, no solo para los parlamentarios europeos, sino para quienes todavía no han sido absorbidos por la onda de la autocensura, es cómo salir de esta asfixia.
Si los europeos hubieran llegado unos meses antes, cuando todavía los columnistas no habían despertado de su letargo y entrado en un coro esperanzador, el informe habría sido más angustioso. Ahora, se podría decir, algo se ha avanzado.
La autocensura ha permitido atrocidades. La ley de la coca ha sido más criticada en Buenos Aires que en La Paz, por políticos y medios. El predominio de la droga en El Alto es denunciado desde Lima. La revista Veja de Brasil se ha especializado en denunciar el festín que se da el narcotráfico en Bolivia. Los abusos a los periodistas los conocen más en las oficinas de la ONU en Nueva York que en nuestras ciudades.
Pero el velo se está levantando.
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