Hans Dellien S.
El pintor Víctor Schvatal y su esposa desaparecieron misteriosamente, luego de visitar el Beni casi a mediados del Siglo XX. Este artista austriaco alemán impresionista visitó Argentina, Brasil, Chile, Perú y también Bolivia. Lo conocí en Cochabamba siendo alumno del Colegio Alemán en esa ciudad, encendida en el verdor de sus paisajes, con molles llorones que circundaban las acequias, nutriendo sus pastizales, maizales y frutales que daban el colorido iluminado a su bella campiña. El Tunari coronaba las cúspides nevadas de la cordillera andina y sus gentes, de singular simpatía, se deslizaban con paso airoso y alegre por sus calles y avenidas, plenos de señorío y animosidad de su dulce quechua, era su idiosincrasia contagiosa.
Su clima templado, con el suave susurro del céfiro refrescante, ofrecía una gastronomía enriquecida por el sabor inigualable del maíz. Hacían galas de la Llajta, donde la chicha de Cliza y su cielo azul atrajeron a los judíos europeos, en el éxodo del cuarenta, que ingresaron como agricultores y abrieron muchos restaurantes y casas comerciales.
Este brillante artista fue profesor del colegio alemán, donde los profesores Jetzek, Troimer, Rodenkirchen, y Her Kamphausen y su esposa atendían el internado alemán, junto a las monjas alemanas de grata memoria y ejemplar desempeño. Don Paul Kollros, él con su paleta de madera quitaba la blanca espuma de los “chops” en su bar alemán, el “Bar Comercio” en el centro citadino, que contaba con la única cancha de “palitroque” o bolos de la ciudad.
Schvatal era un artista que captaba con precisión la libertad del dibujo con el impacto impresionante de su manejo atrevido y magistral de sus colores. Sus matices con luces y sombras regalaban al observador un juego de claros, fuertes y oscuros que engalanaban sus cuadros, revelando la vibrante claridad de la atmósfera, y la gracia seductora de su equilibrio pictórico, imitando un realismo de singular creatividad: montañas, prados, campiñas, lagos y quebradas de cristalinas aguas, como lluvia de diamantes a través de la refracción del sol matinal.
Enamorado de la naturaleza, llegó al Beni, donde quería dejar en el lienzo la virginidad de la verde selva, de los matices umbríos de raíces y árboles como catedrales, vegetales. Quería pintar el misterio de los ojos oscuros y la sensualidad femenina en sus formas primitivas, la astucia y vivacidad de las fieras y el esotérico silencio de las metamorfosis, en la sinfonía colosal de la florescencia en cada segundo de la creación.
Desde Trinidad fue hasta Puerto Siles y con una comitiva de indígenas cruzó el río Mamoré y por Matucare marcharon junto con su esposa y sus materiales de trabajo, selva adentro. La comitiva retornó por miedo a los Baurés. Después dos meses los buscaron y solo encontraron, en un lugar muy adentro, los restos de cuadros, algunos concluidos, otros a medio hacer, bastidores tirados, pinturas dispersas y atriles destrozados. De ellos ni rastro alguno… hasta hoy, tanto amor a sus misterios; la selva cobró el valor de su vida apasionada.
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