La cultura está íntimamente, como acepción, ligada al concepto de cultivar que deriva del latín colere, encerrando originariamente el cuidado y perfeccionamiento de las aptitudes propiamente humanas más allá del estado natural (Dios al crearnos, a todos sin excepción, nos siembra aptitudes naturales que podemos cultivarlas, pero si no exacerbamos su cultivo cotidiano, éstas esperan acción pasivamente y pueden permanecer en ese estado hasta la muerte del individuo), lo que mueve a realizar una digresión semántica ampliada y resaltar que todos los humanos nacemos con aptitudes para absorber cultura y esa absorción es el cultivo del espíritu.
¿Qué contempla implícitamente esa absorción de cultura?, se entiende que los humanos, mujeres y hombres añaden cultura a su naturaleza todos los días: hablando, discutiendo, analizando, leyendo y escribiendo y, esta acción no es solo unilateral, es decir, lo que adiciona el humano a sí mismo sino también a los objetos, o sea la cultura como suma de bienes, cuando mujeres y hombres interpretan un cuadro, una pieza musical, un fósil, un paisaje, una geografía, una etnicidad y todo lo que rodea las actividades humanas, asignándoles un predicado y valor cultural.
Según lo precitado, la naturaleza de la mujer y el hombre significa lo que les es innato y además lo que existe fuera de ellos sin su intervención, entonces, la cultura comprende todo aquello, que no es poco, que es su origen, a la intervención consciente y libre de la mujer y el hombre, sin embargo, ora el origen ora el fin enlazan entre sí naturaleza y cultura, pues la capacidad humana creadora de la cultura puede verazmente perfeccionarse, después, empero, originariamente hunde sus raíces en la naturaleza; y esta es innata, este ejercicio es el primordial para producir en nosotros cultura incesantemente como el aire que respiramos, debido a que los humanos disponemos de naturaleza innata y acción de cultivar, que es añadir cultura a la naturaleza de mujeres y hombres hasta morir.
La cultura, sin variación ni distracción, encuentra su verdadero fin en el perfeccionamiento de la naturaleza de la mujer y el hombre; esa perfección produce siempre el despliegue o satisfacción de disposiciones y el resultado, como acción de sobrepujar lo perfectible, es la ampliación de la naturaleza y aptitudes innatas concedidas por Dios, que en sentido lato o amplio recibe el nombre de perfección.
Finalmente, como corolario desgarrador, pues si no se inicia la persecución de la cultura, utilizando una metáfora, se pierde la oportunidad irremisiblemente; afirmando que la actividad creadora de la cultura está determinada por la dirección y medida de aquella y, un despliegue cultural direccionado contra la esencia de mujeres y hombres que constituyen la humanidad, no es verdadera cultura sino una pseudo cultura.
El autor es abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, docente universitario, escritor.
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