Pese a que se tiene pruebas crecientes de que la exportación es la mejor vía para hacer crecer a los países, en Bolivia existe bastante laxitud, tanto de autoridades como de empresarios, para impulsar esta actividad, que en todos los países es vital para fomentar su desarrollo.
La exportación no es un simple negocio de compra-venta, es el punto nodal para el crecimiento económico y, como efecto de ello, mejorar las condiciones de empleo y de trabajo para los bolivianos.
De este año no se puede tener un juicio cabal al respecto, puesto que ni siquiera hemos llegado a los seis meses, pero la experiencia de 2016 es ya una base de consideración, con mayor razón cuando se registró una declinación del 22 por ciento, respecto al año anterior.
Con esta experiencia parece que estuviéramos con el caminar del cangrejo, que en vez de ir hacia adelante lo hace en sentido contrario. La baja de semejante proporción tiene que resultar hasta desesperante, tanto para las autoridades como para los productores y empresarios dedicados a la exportación.
Existen varios factores para que ello ocurra, entre ellos uno de los que puede ser determinante es el aumento salarial, que se ha constituido en un rito, tanto para trabajadores y empleados, como para los servicios públicos y la población en general.
A pesar de que con cada aumento salarial la consecuencia invariable es que se produzca un crecimiento mayor de los precios, lo que a la postre se traduce en los déficits anuales del país, sucede que ni los trabajadores ni el gobierno se percatan de los resultados adversos que tienen tales ajustes.
Como una percepción más clara e incuestionable, el efecto de los aumentos salariales se traduce en el desaliento para crear empresas y, por consiguiente, empleos. Mucha gente con posibilidades de invertir prefiere guardar su dinero en las cuentas bancarias o en las petacas familiares, pues no quiere correr el riesgo de ser emprendedora, porque las exigencias para constituirse en tal resultan contraproducentes al interés personal y familiar.
En primer término, la enorme cantidad de exigencias que impone la legislación o simplemente el capricho de los administradores del Estado, es como para desalentar cualquier intento de hacer empresa. Pues, son muchos los percances e inconvenientes que superar, en vez de ser estimulantes.
Estas circunstancias determinan también que no se formen empresas, con la participación de varios accionistas que tendrían posibilidades de invertir. Nadie se percata o tiene algún interés en informarse que Estados Unidos se convirtió en un país rico porque el que más y el que menos, en tiempos pasados, dedicaba sus pequeños excedentes de ingresos familiares a constituir sociedades con otras personas, que se hallaban en igual posición.
Esta ha sido la base para que se formen las ahora poderosas corporaciones empresariales que existen en el país del norte. Pero no todo ocurrió por el acierto que se tenía en hacer los negocios, sino en un detalle, pequeño si se quiere ver desde este punto, pero trascendental.
Las personas que se asociaban eran honestas y leales para formar empresas y hacerlas crecer. En Bolivia ocurre lo contrario, prevalece la deshonestidad o, por lo menos, la deslealtad con el resto de los socios. Por estas causas, hay gente, aunque con pequeños capitales, que no está dispuesta a correr riesgos de ser engañada o estafada.
El sistema educativo y las religiones deberían ser los lugares donde más se haga énfasis en la honestidad, antes que en los conocimientos y las creencias, pues, sociológicamente hablando, su primera tarea debería ser captar adeptos partiendo del principio de la calidad humana.
De qué sirve que sean católicos, evangélicos o de otras disciplinas religiosas, cuando en lo personal no tienen las condiciones humanas principales: honestidad y lealtad. No obstante que éstas deberían ser las principales condiciones de una persona para seguir alguna creencia espiritual.
En tanto no cuenten con estos principios fundamentales, es mejor que sean ateas, sin principios espirituales ni materiales. Así no tendrán problemas de conciencia, para tener que arrepentirse por sus malos comportamientos personales y, eventualmente, empresariales. Menos para ser parte constituyente de una sociedad social.
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