El comportamiento y las reacciones del presidente venezolano Nicolás Maduro dejan ver claramente que padece de alguna atrofia mental grave, que podría ser producto del estrés que le ha afectado durante mucho tiempo o simplemente de una paranoia oculta que se le ha ido agudizando hasta manifestarse en una verdadera locura que es lo que padece hoy. Para cualquier observador, los arranques de histeria que le provocan las derrotas y los sinsabores de la política llegan fácilmente a exasperarlo lanzando gritos, insultos y órdenes, que hacen recordar a Hitler acorralado en su bunker cuando no recibía sino partes de desastres militares.
Maduro no es una persona con formación intelectual, lo sabemos. Cuando el desarrollo mental es limitado, el individuo cree que su estado es normal o peor todavía que el resto de la gente es menos inteligente que él. Entonces hablar con pajaritos o con vacas ya no es una parábola, sino la señal inequívoca de que algo está mal en el caletre del Presidente. Los súbitos arrebatos a que hacíamos referencia, el enardecerse ante temerosos y obedientes seguidores, y acusar a sus enemigos como un energúmeno, muestra también que tiene entresijos cerebrales peligrosos.
Seguramente que en Bolivia hemos tenido más de un loco en la Presidencia, sin embargo, la Constitución no dice, expresamente, que el jefe de Estado deba ser cesado por orate. Es que ninguna constitución lo va a decir y seguramente que la venezolana, inspirada por Chávez, mucho menos. Nuestra Carta Magna estipula entre las causales de cesación de mandato, el “impedimento definitivo”, que es donde, se nos ocurre, entraría la locura. Un loco no puede gobernar una nación, como es el caso que nos ocupa.
Maduro no quiere dar paso a ninguna elección donde se repita su estrepitosa derrota de asambleístas. Sabe que en cualquier compulsa popular va a recibir una paliza porque el pueblo está hambriento, enfermo y furioso contra él. Eso irrita su estado de ánimo y le hace pensar en inexistentes medidas salvadoras que eviten concluir antes con su mandato, compareciendo ante un tribunal. Entonces se lanza a llamar a una Constituyente tan descabellada, producto de su insanía, que ningún opositor le va a aceptar. Pero, obnubilado, loco, habla de una Constituyente Militar, lo que nadie entiende. Y lo anuncia con la sonrisa forzada por el nerviosismo, haciendo, como de costumbre, un guiño a los militares que son quienes lo sostienen aún. Ese hombre no puede gobernar así.
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