Javier González Sánchez
A veces lo que odiamos de los demás es el reflejo de uno mismo en otra persona. Nos provocan rechazo, nos molesta su voz, sus manías, su forma de ser… Tenemos miedo de lo que podríamos llegar a ser o de lo que somos, sin querer asumirlo. Una de las tareas más difíciles para alcanzar una buena salud emocional es conocerse y aceptarse a uno mismo.
La espiral del silencio es una teoría, desarrollada por la politóloga Noelle Neummann, que afirma que sólo manifestamos aquello que sabemos que va a ser aceptado por los demás. El silencio es apoyado por los medios de comunicación que restringen la información que no se acepta por la mayoría de la sociedad. De esta manera se imponen las opiniones de aquellos que no tienen miedo a decir lo que piensan, que aceptan lo que son y lo que sienten.
El psicólogo Carl Rogers demostró que para una persona es más fácil aceptarse cuando se siente a gusto y con confianza en su entorno. Realizó un experimento en el que un grupo de personas intentaban acercarse a nivel emocional. Los primeros intentos fueron intercambios superficiales de sensaciones y emociones. A partir de la cuarta sesión los miembros de este grupo se acercaron y revelaron sus verdaderas personalidades.
A raíz de este experimento el autor determinó que “si una persona vive una relación donde se le acepta de forma plena, sin juicios, la persona podrá entablar una lucha consigo mismo, desarrollar el coraje suficiente para abandonar sus defensas y enfrentarse con su verdadero sí mismo”.
Se presiona a los niños para que sean los mejores y sin saberlo les enseñamos que el fracaso es un sinónimo de equivocarse. Cuando en realidad deberíamos hacerles ver que fracasar no es más que una oportunidad. “Si te caes el suelo te ayudará a levantarte” es un mensaje que les beneficiará más.
La sociedad occidental se fundamenta en la aspiración al éxito. La competitividad forma parte de nuestras vidas desde pequeños. Aquellos que no consiguen destacar viven con la idea de que tienen que convertirse en alguien distinto, alguien mejor. Olvidan quiénes son y se centran en quiénes querrían ser. Dejan de quererse, se enamoran de una versión de ellos mismos que nunca podrán ser. Se olvidan de lo importante que es mirarse al espejo cada mañana y ser feliz al ser quien eres.
El autor es periodista.
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