Expertos de Naciones Unidas alertaron, hace pocos días, que la “aplicación de tóxicos no garantizan la seguridad alimentaria por sus nocivos efectos en la salud humana, medioambiente y la diversidad biológica”; que “la utilización masiva e indiscriminada de la mayoría de los insecticidas y herbicidas en los campos de producción provoca la muerte por intoxicación de unas 200 mil personas al año”.
El alerta de la Organización Mundial es serio y debe ser preocupante para las autoridades que, muchas veces, por los sitios de que provienen muchos insecticidas y por los precios bajos, autorizan importaciones masivas; en casos, aceptan ayudas de organizaciones internacionales que creyendo cooperar a una mejor y mayor producción de alimentos, envían donativos y, a veces, cooperan a su utilización y la verdad es que, al hacerlo, las autoridades deberían autorizarlo con cautela y realizando los exámenes de laboratorio necesarios para evitar envenenamiento no solamente de la población humana y animal sino para evitar el empobrecimiento de tierras aptas para los cultivos.
En referencia al caso boliviano, los estudios anotan: “El 100 por ciento del cultivo de soya en el oriente boliviano utiliza el agroquímico glofosato para contrarrestar malezas, insectos y plagas. La soya boliviana, al igual que en otros países vecinos, es íntegramente transgénica. Entre 2013 y 2016 Bolivia importó 162 mil toneladas de plaguicidas por un valor de 85 millones de dólares” anota el informe; pero, hay que lamentar que en el país no se realizan los estudios sobre elementos químicos que siempre se ha creído que “ayudan a mejorar la cantidad y calidad de la producción”, hecho que no es cierto porque degeneran la calidad de la tierra, empobrecen la producción y es el caso de que Bolivia produce, por ejemplo, 2,5 toneladas de soya por hectárea contra 5,5 toneladas por hectárea en el Brasil.
Cabría recordar que hasta hace pocas décadas, nuestro país contaba con una producción masiva de frutas, tubérculos, granos y muchos otros que abastecían el consumo interno y, en casos, daban excedentes para la exportación; hoy, al margen del abandono campesino en el área occidental, la producción ha bajado radicalmente y, nada raro sería que se deba a la utilización de abonos, plaguicidas y muchos agroquímicos que envenenan la producción y dan lugar a que por más esfuerzos que se haga para la conservación de tierras cultivables, todo resulta un fracaso. Otra consecuencia es el hecho de que para “encontrar sitios ricos para cultivar alimentos” se deforesta millones de hectáreas que, si se utiliza agroquímicos, tendrán los mismos resultados que las tierras que se encuentran en producción relativa.
El gobierno, conjuntamente las organizaciones agropecuarias, tendrá que estudiar mucho las prevenciones de la ONU y sus expertos; descuidar este problema puede ser funesto.
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