A inicios del Siglo XVII, la orden de San Agustín ya había logrado ingresar a las ardientes y húmedas selvas del Chaco Tarijeño, pobladas entonces por las feroces e indómitas tribus chiriguanas, pero su paso fue fugaz tanto por las inclemencias del medio como el constante hostigamiento de sus pobladores, dejando abandonadas las poquísimas misiones que había logrado establecer. Recién en 1784, por encargo del Arzobispo de Charcas José Antonio de San Alberto, los franciscanos reciben el difícil encargo de restablecer las misiones dejadas por los agustinos y fundar otras nuevas…
El “Libro y memoria viva de los religiosos del Colegio de Tarija” registra que el verdadero pionero de la cruzada evangelizadora en el Chaco fue fray Francisco del Pilar, a quien por su “grande caridad, paciencia, humildad, pobreza, celo y afán continuo de velar por su bienestar, los chiriguanos llamaron “Padre Santo” y luego de su muerte lo llegaron a venerar como tal”.
Mientras el jefe de las Milicias de Tomina y La Laguna, Cnl. Diego de Velasco, aguardaba órdenes de la Audiencia de Charcas para desalojar a los aborígenes con violencia y fuerza de las armas; fray Francisco obtuvo autorización del Virreinato de Buenos Aires para la conversión pacífica de los nativos, con la erección de una capilla en la misión de N. S. de la Candelaria de Iti.
Cuando fray Francisco se dispuso a estrenarla, en realidad no había nativos que quisieran entrar en ella, pues rechazando su afán evangelizador varias veces arrancaron los palos parados para la construcción de la capilla y mientras el santo buscaba un sitio cercano, la tribu se trasladó con todas sus pertenencias a la otra banda del río.
El 30 de abril de 1789 ofició la primera misa en el lugar acompañado por dos religiosos y el Subdelegado con efectivos militares; aunque durante la ceremonia se temía la irrupción de los salvajes en cualquier momento, teniendo el subdelegado que tomar prisionero al cacique y varios nativos sin darles tiempo a usar las muchas flechas que portaban.
En el Archivo Nacional de Sucre cursa una carta dirigida a la Audiencia de Charcas por el Cnl. Velasco (ANB EC No. 259), pidiendo autorización para “pasar por las armas” al cacique Guaricaya, a fin que los misioneros puedan recoger el fruto de su trabajo. La terminante respuesta llegó semanas después: “a ningún vasallo del Rey se le pasa por las armas o pena semejante, sin causa formada, sustanciada y sentenciada”, previniéndole que si hay delito forme Sumaria el Juez y evite hacer representaciones tan irregulares.
Es así que los nativos fueron trasladados a la cárcel de Laguna, contando el cronista fray Manuel Mingo que allí se los retuvo más de 7 meses, y de no ser por los religiosos que les proveían de charqui, tostado y algunos cereales hubieran muerto de hambre. Al retornar a Iti, se dice que Guaricaya hallándose enfermo había recibido el bautismo en 1790 alentando a los suyos a seguir la nueva fe.
La obra “El Colegio Franciscano de Tarija y sus misiones”, sobre el infatigable empeño evangelizador de Fray Francisco afirma que “No bien acababa de fundar una misión ya pensaba en fundar otra, y para su empresa no le acobardaban las contradicciones, peligros ni dificultades”…
Y tal fue así, que además de la misión de Iti, en menos de 20 años funda 15 misiones más: Pilipilli, Azero, Abopó, Florida, Mazavi, Igmiri, Tacurú, Zapurú, Oubaig, Piripití, Ibauirapacuti, Tacuaremboti, Tapuita, Tayarenda y la Tapera; iniciando además en la cordillera de Sauces “una reducción para infieles amigos dispuestos a la conversión” (ANB Ruck No. 182).
Pedro Anasagasti en una preciosa biografía del que llama “Conquistador evangélico del Chaco” (Serie Hombres para un Mundo Nuevo. Edic. Don Bosco 1995), sobre su muerte acaecida en 1803 en la reducción chiriguana de Tapuita, comenta: “Él había hecho voto de morir entre los indios y Dios se lo cumplió para su mayor mérito”, llegando a ser reconocido por la posteridad como el más notable apóstol de los chiriguanos del Siglo XVIII.
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