La brillantez de Adam Smith estuvo en observar lo que la gente hacía para satisfacer sus necesidades, en tiempos donde dominaba el privilegio para los vinculados al poder político. Cuando se dice gente nos referimos a la población en general que habitaba el mundo de su tiempo. Su interés no estuvo en observar cómo la nobleza obtenía ingresos o se enriquecía, sino el común de la gente.
Adam Smith escribió su obra célebre “La Riqueza de las Naciones” en los tiempos en que en la actividad económica urbana predominaba “el cuenta propia”, el trabajo artesanal, el pequeño taller, el pequeño comercio, la venta al menudeo de alimentos. ¿Qué es lo que descubrió? Que la gente corriente para obtener ingresos con los cuales adquirir bienes y servicios que necesitaba o deseaba, tenía que desarrollar alguna actividad económica, para lo cual era hábil, y que otra la valoraba, porque la necesitaba. De esta manera se producía todo tipo de bienes y de servicios, y las “naciones creaban la riqueza” que satisfacía las necesidades siempre crecientes del mundo urbano. La actividad económica de la gente es la que crea la riqueza, no los gobiernos.
Adam Smith nos enseñó que todo intercambio voluntario genera beneficios tanto a oferentes como a demandantes, constituyéndose, este intercambio, en el potencial para que los pueblos sean prósperos. El rol de los gobiernos debería pasar a ser el de árbitro y no de jugador, como, sin embargo, dominante se observaba en las naciones en los tiempos que le tocó vivir a Smith.
Las acertadas ideas de Smith recién se comenzaron a aplicar a partir de mediados del Siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, en los países que hoy se denominan países económicamente desarrollados. Muy poco tiempo, si pensamos en tiempo histórico. Pasó a considerarse como una condición necesaria pero no suficiente la actividad del libre comercio junto a la reducida actividad gubernamental como el adecuado camino para el desarrollo económico de los pueblos y para asegurar la paz mundial. Se alejaba el mercantilismo.
¿Por qué el postulado del libre comercio? Porque su ausencia crea un ámbito propicio para la presencia de los monopolios, que a su vez impiden que los precios cumplan sus funciones adecuadamente, como la de informar lo que está aconteciendo en la economía en términos de escasez.
Cuando se habla de libre comercio no nos referimos al ámbito nacional, al interior de un país, comportamiento que ya existe, sino a nivel mundial, entre países. Tampoco nos referimos a Tratados de Libre Comercio, sino a la completa eliminación de aranceles y barreras para arancelarias.
El libre comercio mundial permitirá que cada país, cada región, se especialice en aquello que es más eficiente, por lo que su producción se vendería con precios bajos, en comparación a obtener esos mismos productos de países que no tienen la ventaja competitiva.
A su vez, lo destacable de Milton Friedman está en reconocer la validez de los planteamientos de Adam Smith en una época en que la economía libre de mercado había perdido aceptación social, a raíz de la grave depresión económica mundial que asoló al mundo en los años 30 del siglo recién pasado, originada en los EEUU.
De una dominante concepción de que el Estado debe mantener un rol reducido en la actividad económica -y subsidiario en otros campos- se pasó a una concepción que justificaba cada vez una mayor intervención gubernamental. Se pasó a considerar el papel del Estado como si éste fuese el padre de familia, en nombre de la seguridad ciudadana y de la igualdad.
Pero parece que el mundo volverá a darle mayor atención a la libertad de los mercados, a la competencia, a un rol más activo del empresariado, dado que el gasto y el endeudamiento público están en niveles muy altos en los países desarrollados.
El autor es Profesor Emérito de la UMSA y expresidente del Banco Central de Bolivia.
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