Clepsidra
No es la primera, ni la última vez que los sinos de Colombia y Venezuela convergen, ya que la historia los une desde el Siglo XVI, cuando los españoles crearon las provincias de Santa Marta (hoy Colombia) y Nueva Andalucía (hoy Venezuela) en distritos que se unificaron tras la guerra de la independencia, para formar la nación de la Gran Colombia, disuelta en el Siglo XIX. A partir de entonces, hasta nuestros días, la relación entre ambos estados ha fluctuado entre la cooperación y los conflictos de distinto orden, que no han llegado a desenlaces graves que lamentar, empero, son como dos hermanos siameses cuyos destinos comunes están fatalmente sellados.
Hoy que la hermana república de Venezuela viene atravesando una de sus crisis más espantosas de que se tenga memoria, pues a más de estar sojuzgada por una narcotiranía cruel y homicida, allí se han congregado los más terribles problemas de escasez alimentaria, de medicinas y una inseguridad jurídica y personal que amenaza acabar con el Estado mismo, entonces, sería ingenuo pensar que dichos males no cundan y amenacen también a su vecina Colombia.
Muchos de los males que agobian a Venezuela se originan en la casi interminable guerrilla de las FARC, que ha sufrido Colombia durante más de medio siglo, tiempo en el que grupos armados ilegales hicieron de las suyas, adentrándose en su territorio a través de su extensa frontera, para contrabandear productos ilegales que van desde gasolina, drogas, armas, a vehículos robados y la creación de refugios de cómodo descanso para sus comandantes. Hoy, esa realidad se ha invertido, y son los venezolanos que por extrema necesidad trasponen la frontera con Colombia, en busca de alimentos y medicinas.
Entretanto, a medida que los objetivos de las mal llamadas fuerzas revolucionarias se fueron trocando en vulgares delitos de orden común y los acontecimientos los fueron transformando en ese experimento narco comunistoide, creado por el Foro de Sao Paulo sólo para subvenir los gastos de la Cuba económicamente quebrada, es cuando se sentaron a la mesa de negociación, para redactar un acuerdo de paz ambiguo, bajo la tutela de la longeva dictadura castrista y los grupos del gobierno venezolano, coludidos con esta trama y reticentes a dejar el narcotráfico, como la actividad que tantas ganancias les aportó. Fue entonces cuando el senador colombiano Ivan Duque interpuso una demanda ante el Supremo Constitucional, que no sólo fue admitida, sino que falló en sentido de que: “No se pueden conceder beneficios a los integrantes de las FARC, sustituyendo a la Constitución Política”, como se trataba de hacer con la entrada en vigencia del acto legislativo para la paz, firmado por el gobierno y las FARC.
Hace años el senador estadounidense Paul Coverdell sostuvo: “para controlar a Venezuela es necesario ocupar militarmente a Colombia”. Los EEUU tienen siete bases militares actualmente allí. Quizás sin quererlo, el difunto senador era un nigromante, e intuyó que la suerte de Venezuela y de los sátrapas que la gobiernan, depende ahora de Colombia.
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