Augusto Vera Riveros
“Todo lo que existe merece ser destruido”, fue convertido en axioma que denuncia en Marx un acendrado odio por la humanidad, que lo llevó a fundar una rara doctrina que su mismo discípulo, Lenin, la calificara como utopía. “Todo”, significa aun el proletariado y los mismos camaradas del Partido Comunista. Stalin, su más siniestro seguidor, fue rigurosamente aplicado en la concreción de los inauditos postulados de su mentor. Sencillamente y sin más razonamientos, quien no perteneciera a la línea comunista debía perecer, aun si se tratara de su propia familia; y así lo hizo, mandó asesinar a su propio hijo, y más todavía: sostuvo que ningún verdadero comunista debía tener familia.
Si la familia para los marxistas es despreciable, verdaderamente despreciable hasta la atrocidad es la lucha de clases, mucho más en este ya bien entrado Siglo XXI, en el que se debe desterrar la existencia de princesas de sangre azul y humildes trabajadores… Ha proliferado en el mundo una mestización que descalifica cualquier intento de dividir a la humanidad en estamentos distintos.
La genialidad prematura de Marx lo condujo a engendrar pensamientos deshumanizantes respecto a la sociedad, porque el Estado, el partido y aun su propia ideología, están por encima de cualquier ser humano y aunque los comunistas vislumbren una sociedad ideal en un paraíso de seres armónicos y perfectos, pero ante todo, dispuestos a cumplir con un rol establecido por el buró, en realidad esa forma de gobierno que en la ex URSS se impuso a partir de 1917, no pudo tener sino un éxito de ficción, debido a las brutales represiones que el pueblo ruso sufriera por varias décadas, en tanto y en cuanto el ser humano es espontáneo, diverso y contradictorio, pero especialmente con una innegociable vocación de libertad como don de Dios.
Los comunistas implantaron el modelo de Estado más opresivo que la historia haya conocido (aún más que en el zarismo, de conocida barbarie). Las promesas de bonanza, pero las realidades de pobreza nos muestran a una ex URSS y actuales Cuba, Venezuela y Corea del Norte, donde solo los jerarcas se enriquecen, nos demuestran que, Iuris et de iure, la humildad y la igualdad tan profesadas, solo son el ejemplo del más repudiable clasismo.
¿Es que alguien con sentido de mínima sindéresis podría decir que en la Cuba del último medio siglo o la Venezuela de los últimos 18 años, no habitan seres de miradas tristes y comportamientos grises obligados a pensar como quiere el partido? Y aun los adherentes a esa nefasta corriente del pensamiento han perdido la capacidad de soñar y de superarse, porque les embargaron la voz y les robaron el alma.
La posición de los Maduro, Correa y otros (pocos felizmente) de embanderarse de una corriente denominada Socialismo del Siglo XXI, que no es más que grotesco remedo del marxismo-leninismo, no hizo más que profundizar la brecha entre pobres y ricos y no obstante constituir una indefinición ideológica, que sustenta su instauración en la dilapidación de recursos que generan los Estados. ¿No? Pues dirijan su mirada al país de Bolívar, sumido en la misma profundidad de pobreza que sus pozos de petróleo.
La concentración de poder tampoco es ajena al marxismo. El presidente Daniel Ortega de Nicaragua, pisoteando todo principio democrático y normas de su propio país, ejerce dictadura con su esposa como Vicepresidenta.
Esas algunas de varias razones para el fracaso rotundo del ludibrio que representa el marxismo en el mundo.
El autor es jurista y escritor.
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