La actual corriente, que tiende a buscar antecedentes de la filosofía indianista y de la teoría de la descolonización, se sigue basando en la inmortal obra de Franz Tamayo, por lo menos como inspiración poética y a menudo como fundamento ético. Por ello debemos rescatar los escritos de Germán Montaño Arroyo, catedrático universitario, varias veces director de la Carrera de Filosofía y ex Secretario General de la UMSA, cuya obra, dispersa entre artículos y libros, está enfocada a una visión crítica y epistemológica de la filosofía tamayana. En dos tempranos ensayos, publicados en 1988, Montaño intenta mostrarnos que Tamayo no fue el irracionalista como lo han concebido los ideólogos del liberalismo.
Es especialmente interesante el análisis de Montaño de la “Creación de la pedagogía nacional”, porque en esta obra el gran poeta exhibe un discurso coherente, lógico, consagrado a mostrar inferencias irrebatibles a partir de premisas bien construidas. Como dice Montaño, Tamayo “ha desenvuelto una actividad intelectual (…) que coordina medios y fines de modo sistemático, y así concluimos que este aymara pensante es racionalista”.
Por otra parte, Montaño señala que Tamayo no fue un irracionalista en el sentido habitual del término, porque no producía actos fallidos, exentos de toda lógica, en sus notables escritos, incluyendo los más poéticos. Como dice el distinguido profesor de filosofía, Tamayo es un estudioso de lo irracional, pretendiendo mediante su notable inteligencia el esclarecimiento de los variadísimos fenómenos irracionales de nuestra historia y sociedad. Evidentemente nos topamos cada día con fenómenos que no son estrictamente racionales y con los cuales tenemos que vivir cotidianamente, como las intuiciones, las distintas formas de la voluntad individual, las manifestaciones de lo casual y contingente y las exteriorizaciones, a veces incomprensibles de nuestra propia voluntad.
Como bien señala nuestro autor, existen notables exponentes del pensamiento humano que se hallan en la difusa zona entre la creación poética, las intuiciones estéticas y la reflexión filosófica, y entre ellas podemos mencionar los “Pensamientos” de Blaise Pascal, los “Manifiestos del surrealismo” de André Breton, las “Sendas del bosque” de Martin Heidegger y los poemas mayores de Franz Tamayo. De acuerdo con Montaño estas obras no pertenecen al ámbito del pensamiento racional, sino que muestran la fuerza y la relevancia de los impulsos, de los sentimientos y las emociones y también la fuerza de las pulsiones elementales de todos los seres vivientes. Tamayo habría logrado someter estos fenómenos no racionales al poder de la imaginación, al dominio de la metáfora. En este sentido Tamayo sería un irracionalista, porque, de acuerdo con Montaño, “confiere sentido cósmico a una hipótesis científica”. Pero como también indica Montaño, ciertas versiones del irracionalismo se sirven de la ciencia: algunos de los logros más importantes de esta última se deben a las grandes intuiciones de los filósofos, y no al trabajo continuado y sistemático de los investigadores en un laboratorio. Solo en este sentido Tamayo podría ser localizado como cultor de un cierto irracionalismo intuitivo.
Montaño concluye afirmando que Tamayo, al igual que Karl Marx, pueden ser considerados como racionalistas porque se sirvieron de un pensamiento lógico para exponer sus ideas, aunque en el caso de Tamayo esto ocurrió mediante poemas y una prosa poética de muy alta calidad.
El mérito indudable de Tamayo es haber puesto al indio en igualdad de condiciones con todas las otras razas del planeta y haber superado corrientes muy poderosas de pensamiento que en su época eran predominantes. Hay que recordar que en aquellos tiempos las obras de positivistas como Juan Bautista Alberdi, José Ingenieros o Alcides Arguedas, eran vistas como la última palabra del pensamiento progresista latinoamericano. A Tamayo le corresponde el honor de haberse percatado tempranamente del carácter racista de todos estos escritos y de haber postulado el enorme potencial civilizatorio que existía y existe en las etnias indígenas del continente. Montaño hace bien en enfatizar la sensibilidad, la intuición y la inteligencia racional del “Amauta Franz Tamayo”, pues no hay duda de que el “Aymara Letrado” vocalizó y dio expresión adecuada a “la bullente y tormentosa vida de los americano-indios”.
Tamayo tiene claramente el mérito de criticar el intento europeizador de transformar a los indios en “mestizos grecolatinos”, intento que estaba condenado al fracaso. El gran poeta paceño tuvo la valentía de ser un apóstol de renacimiento indígena en toda América Latina, pues su obra es anterior a la del gran pensador mexicano José Vasconcelos.
Franz Tamayo se adelantó en un siglo a las teorías de la descolonización. Germán Montaño nos dice con toda razón: “Tamayo planteó un objetivo básico y único: expulsar al colonialismo utilizando medios apropiados. Eligió uno, quizá el más aconsejable en su momento histórico: la educación del indio desde sus resortes más íntimos de moralidad e inteligencia creadora”.
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