Cientos de escritores y periodistas se habrán prestado este título de la gran novela de Alejandro Dumas, para rememorar algunas fechas. A veces resulta oportuno hacerlo, como hoy, cuando recuerdo, como una ráfaga de tiempo ido, los 20 años del triunfo electoral del general Hugo Banzer, aquel domingo 1 de junio de 1997, en que, finalmente, logró la Presidencia de la República. Había ganado en las elecciones generales del año 1985 declinando su triunfo en el Parlamento, y había sido segundo en las elecciones de 1989 y 1993, en un desafío presidencial y democrático que inició en 1979 y siguió el año 1980, sorprendiendo a sus adversarios que equivocadamente lo consideraban un cadáver político.
Para quienes han candidateado a la Primera Magistratura en alguna oportunidad, deben tomar en cuenta que el ex dictador, atacado por todos los flancos y soportando juicios y vendettas, compitió en seis elecciones y sólo en la última pudo asumir el mando. Victorioso, cedió la jefatura del Estado en 1985, como hemos dicho, al segundo, Víctor Paz Estenssoro, porque éste recibió el apoyo del MIR en el Congreso. Era la primera vez en la historia nacional que un candidato ganador resignaba su triunfo en las urnas. Pero como la política tiene muchos vericuetos y entuertos, también habiendo ocupado el segundo lugar en los comicios de 1989, Banzer creyó oportuno que el Presidente fuera el candidato que había salido tercero (Jaime Paz Zamora) relegando al primero (Gonzalo Sánchez de Lozada), quien había incumplido con ciertos acuerdos políticos. Todo se realizó, por supuesto, dentro de la norma constitucional.
Ese domingo de junio de 1997 el general Banzer, además de dos décadas de incesante lucha democrática, cumplió con un deseo personal, que era recibir la banda tricolor y la medalla de Bolívar en el Congreso, por voluntad del pueblo y no de las armas. Luego de un camino largo, preñado de tragedias familiares, alcanzó a convertirse en el único político americano que habiendo sido dictador, se convirtiera en mandatario constitucional por la vía del voto. Eran otros tiempos; era la época de la ahora llamada (y vilipendiada) democracia pactada o neoliberal.
Aquel día ya muy lejano, Banzer venció con apenas el 22% de los votos, seguido de Juan Carlos Durán del MNR con 18%, Remedios Loza de CONDEPA con 17%, Jaime Paz Zamora con 16% al igual que Ivo Kuljis de UCS. Cinco candidatos más quedaron por debajo del 4% (Wikipedia). Y claro, como la democracia se hace con pactos y los pactos se producen negociando con inteligencia, Banzer obtuvo el apoyo de seis partidos con representación parlamentaria y alcanzó así el 79.9% del voto congresal, es decir los siempre ansiados dos tercios.
Fallecido el general Banzer y transcurrido el breve gobierno constitucional de Jorge Quiroga, el 20 de junio del 2002 se produjeron los nuevos comicios que hicieron ganador a Gonzalo Sánchez de Lozada, también con 22%, seguido de Evo Morales (MAS) y Manfred Reyes Villa (NFR) ambos con casi 21% y luego Jaime Paz Zamora con 16%. Siete candidatos no alcanzaron el 6% (Wikipedia), y Goni gobernó en alianza con el MIR y con NFR, principalmente.
Sabemos de los sucesos del año 2003, que terminaron cruentamente con el derrocamiento de Sánchez de Lozada. Y luego con el complicado gobierno que le correspondió conducir a Carlos Mesa, su renuncia el 2005, y la inesperada presidencia interina del entonces Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Eduardo Rodríguez Veltzé. En diciembre de ese año hubo nuevas elecciones generales que fueron ganadas olímpicamente por Evo Morales con el 53%de los votos, frente al 28% de Jorge Quiroga, 7% de Doria Medina y 6% del movimientista Nagatami. Ahí acabó (temporalmente esperamos) la llamada democracia pactada, con un resultado ajustado al sufragio, limpio, cuando el ganador no necesitó de nadie, ni lo ha requerido hasta hoy para gobernar a sus anchas, pero haciendo uso y abuso del poder.
La democracia de hace 20 años ha dado paso a la que tenemos hoy que es muy peligrosa porque se trata de un populismo anárquico e ineficiente que ha sabido envolver y perturbar a una gran parte de la población. El fraude y el monopolio de la justicia hacen imposible que un candidato opositor pueda pensar siquiera en ganar, como ganó S.E. en el 2005, sin que se le extraviara un solo voto y sin que un solo “muerto” fuera a votar en su contra. Eran otros tiempos, ciertamente de dispersión partidaria, de grandes concesiones entre adversarios, pero de mucha mayor pureza y legitimidad democrática.
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