Así como está consagrada la diferencia entre mujeres y varones, por razones de naturaleza y no por gusto o manipulaciones genéticas, los seres humanos de este tiempo, de mayor desarrollo social y cultural, deben reconocer también que, tanto en uno y otro género, pueden registrarse excepciones, sean por designios naturales o preferencias propias.
Precisamente, por el hecho anotado, de que están ya reconocidas las diferencias de género, las mismas tienen también que extenderse a ciertas anomalías humanas que, por ser tales, nadie las elige en el plano natural. Y si son voluntarias u obedecen a estas irregularidades, igualmente deben ser respetadas.
La naturaleza o las preferencias individuales, igualmente, obedecen a designios inescrutables en la vida de los seres humanos, pero ello, de la misma manera, tienen que ser respetadas. Incluso en casos cercanos, si es que se producen, deben ser admitidas o toleradas con espíritu benevolente.
En caso alguno tienen que ser motivo de críticas y menos de desprestigio de esas personas, que en términos regulares pueden ser consideradas como desventuradas, pero jamás dar origen a críticas y menos a discriminaciones.
Cada unidad humana tiene derechos y si éstos son distorsionados en la conducta personal, igualmente tienen que ser respetados y no ser motivo de ofensas y menos de desprestigio.
En la Iglesia Católica una de sus primeras exigencias es el perdón, no precisamente en términos religiosos, sino en la relación con los demás. Cada quien tiene sus virtudes y defectos, empezando por uno mismo, de manera que las del resto hay que también admitirlas con respeto y en aras de la buena convivencia social.
Esta no nos viene del cielo, es efecto de nuestros propios comportamientos, sean o no por educación y cultura. Basta con que provengan de un ser como nosotros, para que las admitamos sin objeción. Los Santos están en el cielo, en tanto nosotros tengamos vida terrenal, podemos o no ser virtuosos. Como seamos, lo esencial es admitir que en el género humano puede haber de todo y se tiene que aceptar con respeto cualquier otro comportamiento distinto al personal o mayoritario.
Por supuesto, el que viola las reglas de la buena convivencia social, sea por delinquir e inclusive quitar la vida a alguien, merece recibir la sanción judicial que le corresponda, en la magnitud del delito que hubiera cometido.
Pero esto hay que dejarlo a la justicia funcional o a la percepción divina. En tanto, los comentarios denigrantes hay que evitarlos, al igual que los chismes y los desprestigios a los demás, por más que se suponga que los merecen.
En concreto, el respeto entre todos tiene que prevalecer, para construir una sociedad que sea positiva, que disfrute a su manera y dentro de sus posibilidades, de la alegría y la felicidad. Más todavía, entre todos debemos desear para el prójimo las mismas gratificaciones que se puede tener en forma individual o colectiva, con la vida sana y solidaria que se tenga y/o se consiga llevar.
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