Peter Moon
Agencia FAPESP.- Quedan tan sólo unos 300 jaguares (Panthera onca) en el Bosque Atlántico, en Brasil. Muy pocos, demasiado pocos. Y son innumerables las razones de la inminente desaparición del mayor felino de América de ése que fue alguna vez un bioma que se extendía desde el norte de Argentina y pasaba por Paraguay y Uruguay para llegar hasta el nordeste brasileño.
La primera razón, que es también la más obvia, apunta que sólo queda un 7% del Bosque Atlántico original. La segunda, una consecuencia directa de la primera, indica que lo poco que sobró de ese bioma está compuesto por áreas sumamente fragmentadas. Por eso los jaguares remanentes deben recorrer áreas mucho mayores que sus congéneres de la Amazonia o del Pantanal, por ejemplo, para hallar caza o encontrar pares para cruzarse.
Y como dichas áreas se encuentran muy fragmentadas, las andanzas de los jaguares o yaguaretés por el Bosque Atlántico revisten riesgos cada vez más frecuentes de contacto con humanos, lo que comprende todo un abanico de consecuencias letales para estos grandes felinos. Sucede que de ese modo se convierten en blancos de cazadores, son atropellados y son víctimas de represalias por parte de los hacendados y productores ganaderos, o perseguidos por la población en general que les tiene miedo a estos animales.
Todas estas conclusiones se publicaron en Scientific Reports, una revista del grupo Springer Nature, en noviembre pasado, y forman parte de un gran estudio internacional. Entre los investigadores que tomaron parte en este trabajo se encuentra el conservacionista Ronaldo Gonçalves Morato, jefe del Centro Nacional de Investigación y Conservación de Mamíferos Carnívoros del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), con sede en la localidad de Atibaia, en el estado de São Paulo.
En otro artículo, publicado a finales de diciembre, Gonçalves Morato y sus colaboradores van más allá de las conclusiones del trabajo sobre los jaguares del Bosque Atlántico para empezar a componer un retrato de los patrones de desplazamiento de esta especie en los cinco grandes biomas brasileños, y de los riesgos que corren sus ejemplares en cada uno de ellos. Este trabajo salió publicado en la revista PLoS ONE y el estudio contó con el apoyo de la FAPESP.
“El objetivo en este caso consistió en verificar las condiciones de desplazamiento y el tamaño del área de vida de los yaguaretés en cada uno de estos biomas brasileños: Bosque Atlántico, Cerrado, Caatinga, Pantanal y Amazonia, y también en el norte de Argentina”, dijo Gonçalves Morato.
Para recabar los datos de ese desplazamiento, entre 1998 y 2016 se monitorearon 44 ejemplares que habían sido capturados y sedados previamente, y se les habían puesto collares especiales dotados de localizadores vía satélite (GPS).
Se estudiaron 21 ejemplares en el Pantanal, 12 en el Bosque Atlántico, 8 en la Amazonia, 1 en el Cerrado y 2 en la Caatinga. El muestreo contempló a 22 machos y 22 hembras. Las edades estimadas de los animales variaron de 18 meses a 10 años, y la mayoría (41) de los jaguares eran adultos de más de tres años.
Los localizadores con GPS instalados en los collares estaban programados para informar la ubicación de los animales de hora en hora y durante las 24 horas. Los períodos de monitoreo variaron de 11 a 1.749 días (fueron 183 días en promedio), en tanto que el número de localizaciones registradas por ejemplar varió de 53 a 11 mil (fueron 2.264 en promedio). El total de registros sumó 81 mil localizaciones, lo que lo convierte en el mayor mapeo realizado en el estudio de los jaguares.
“Los collares tenían baterías con una duración de alrededor de 500 días de uso. Pero mucho antes de ello, generalmente a los 400 días de monitoreo, accionamos un dispositivo que permite que los mismos se suelten automáticamente del pescuezo de los animales. Luego intentamos recuperarlos para su reutilización, lo cual no siempre resultó posible”, dijo Gonçalves Morato. En ciertos casos, aun cuando se encuentra el collar, no siempre sigue estando en condiciones de uso.
“Sabemos si el animal ha muerto cuando la señal del GPS permanece en la misma localización durante 24 horas. En ese caso, se dispara una señal automática. Fue eso lo que ocurrió en el Pantanal Norte en 2010, cuando un animal atacó y mató a un pescador. Hubo represalias en la zona y mataron a algunos jaguares. Sospechamos que uno de los ejemplares muertos en el marco de nuestro proyecto lo fue debido a una de esas represalias”, dijo.
De acuerdo con Gonçalves Morato, alrededor del 80% de los animales residía en la región de monitoreo. Los restantes mostraron patrones de desplazamiento nómades o se encontraban en dispersión.
Los machos mostraron contar con las mayores áreas de vida, que es el territorio ocupado durante la vida de cada animal. Es un resultado compatible con la hipótesis que indica que la necesidad de mayores áreas por parte de los machos de especies carnívoras está relacionada con la distribución de las hembras y con la necesidad de maximizar las oportunidades reproductivas.
“Los jaguares con la mayor área de vida fueron los del Bosque Atlántico, que a me-nudo deben aventurarse por pasturas y campos cultivados para pasar de un fragmento de bosque al otro, y así corren el riesgo de entrar en contacto con humanos”, dijo Gonçalves Morato.
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