El transporte “público” de la ciudad de La Paz parece haber tocado fondo, al convertirse en uno de los servicios más dañinos y peligrosos ante nuestras necesidades y aspiraciones. Los “choferes”, acostumbrados a reclamar derechos y privilegios, olvidan respetar y cumplir las leyes, reglas, códigos y reglamentos inherentes al transporte, adoptando un comportamiento de incultura, a veces ignorancia en cada conflicto surgido, suscitando violencia y resentimientos entre ellos y contra el pueblo, que es la víctima directa que nada tiene que ver.
El transporte público, desde un ángulo socio económico, constituye un factor totalmente negativo, convertido en una terrible pesadilla, una rémora social que amenaza a las aspiraciones e intereses del pueblo paceño. Esos conductores hasta ahora no ponen pie en el suelo de la realidad inmediata, con mucho dejo colonialista solo piensan en el bienestar e intereses del “sindicato”, viendo a la ciudad de La Paz con una óptica provincianista o de pueblo grande. Aún no perciben que la sociedad en sí, ya experimenta la transición natural de la influencia globalizadora y del conocimiento de la información. Ellos en nada contribuyen al desarrollo y progreso.
El gran “sindicato” de choferes, desde lo informal a lo que es hoy, se desempeñó con mucho éxito en el campo político, apoyando a las dictaduras, a los políticos de derecha, centro e izquierda (pidieron las medidas de los pantalones de García Meza y dieron muchas loas a Banzer). Sindicato de tiranos que toman posesión adueñándose de la ciudad, en una hegemonía que impide la libre competencia y la renovación de su parque automotor, quintuplicando el número de sus vehículos, haciéndonos víctimas propiciatorias de las insoportables “trancaderas” que van contaminando el medio ambiente y complicando las labores diarias del pueblo. La ciudad no cuenta con adecuadas vías de escape, no cumplen sus rutas, vehículos vetustos son conducidos por gente desaprensiva e irreverente, desprecian las leyes, poniendo en riesgo la seguridad de los usuarios. Definitivamente es una rémora sin posibilidades de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Tratando a la ciudad como un pueblo grande, este grupo social no ha contribuido a romper las murallas del subdesarrollo. Este proceso político de cambio tampoco ayudó, pese a que los problemas del desarrollo están íntimamente ligados a los procesos de transformación social. ¿Qué cambio es el que sufrimos?, tan exitistas por algún toque post moderno.
Erróneamente conceptuamos a La Paz como ejemplo de pujanza, de progreso y desarrollo, cual rector y orientador de los demás departamentos, sin darnos cuenta que, lejos de la dinámica e impulso que debía dar a nuestras aspiraciones e intereses, su presencia como sede de gobierno ha sido una maldición entera, convirtió a La Paz en un modelo bicéfalo, “progresista” por un lado y “centralista” por el otro. Esta situación alimentó la acción ideológica de todos los conflictos nacionales y motivó que La Paz fuese sistemáticamente postergada. El poder político de la ciudad no deviene de su poder “local”, sino de copar el aparato del Estado, esta situación frenó y destruyó las aspiraciones de la ciudad, vapuleándonos como “pueblo grande”. Sin desmerecer algunas conquistas locales que solo tocan la cultura costumbrista y tradición, no hablan sobre el progreso o desarrollo tan rezagados. Algunos dirán ¿y qué son los teleféricos?, claro, destruir plazas, avenidas y la estética de la ciudad, para construir una maraña de redes por hoy posiblemente muy útiles.
El anhelo de ser una ciudad emergente, hacia una transformación histórica, debe ser permanente. La Alcaldía en vez de las medidas intermedias que coloque ya muchos más “pumas” en todas las troncales, sin necesidad de consultar a nadie; el progreso tiene su precio y extiende su factura. Algunos llorarán, pero es necesario y patriótico. La decisión del pueblo es que La Paz no continúe como la capital del país más pobre de América.
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