Fran Araújo
América Latina presenta los índices más elevados de violencia después de algunos países de África. La violencia se ha transformado en uno de los principales problemas que obstaculizan el desarrollo y afecta cada vez más a los estratos jóvenes de la sociedad.
La ecuación violencia y juventud no debe verse como problema inherente a la edad. Sus raíces están ancladas en la pobreza, la desigualdad y unos sistemas educativos obsoletos y faltos de la financiación necesaria.
Un tercio de los hogares urbanos y la mitad de los rurales se encuentran en situación de pobreza, según datos del 2002. Si a los focos de pobreza y desempleo de las grandes ciudades sumamos la creciente emigración de la población joven desde el ámbito rural, encontramos un contexto de superpoblación y pobreza que es el humus perfecto para el crecimiento de todo tipo de vandalismo y violencia.
Otros factores determinantes son la elevada natalidad, especialmente en mujeres demasiado jóvenes que no tienen la madurez para proporcionar una educación adecuada a sus hijos; la separación de espacios públicos de relación social y la segmentación de los servicios básicos. Se gesta así un aislamiento social en el que los adolescentes quedan relegados a las influencias que germinan en la interacción cotidiana de las calles del vecindario, con jóvenes que comparten las mismas carencias.
Las estructuras familiares rotas y un contexto hostil, unidas a una etapa marcada por el cambio y la necesidad de referentes, generan una falta de pertenencia que suplen las “bandas”. El joven es una persona por hacer, que necesita ser integrada y desempeñar una actividad.
La juventud es la etapa que debe dedicarse al aprendizaje de conocimientos y actitudes que se desarrollarán a lo largo de la vida. El problema es que a veces estos aprendizajes se convierten en máster callejeros de vandalismo y reglas de robo e intimidación. Hacerse adulto a golpe de machete.
Estas desigualdades acaban afectando a todos porque es imposible mantener el equilibrio por el uso de la fuerza. La segmentación y el aislamiento impiden un intercambio cultural enriquecedor y limitan la calidad de vida de la totalidad de los ciudadanos. La mayor desintegración social consolida bolsas de pobreza estructural, con discriminación étnica, de género y ecológica.
Casi la mitad de la población Latinoamérica tiene menos de 24 años. La juventud es el motor de desarrollo de un país, perder a la juventud es una manera de castrar los niveles de desarrollo. Por otra parte, tenerla inactiva constituye una fuente de disturbios, al igual que lo fue en su momento la inactividad del ejército romano o de cualquier otro agente enérgico necesitado de actividad para ganarse la vida.
La violencia urbana supone casi el 15% del PIB de los países de Latinoamérica. Encabeza la lista El Salvador. En el pequeño país centroamericano, el costo de la violencia se lleva el 25% del PIB. Colombia, con un PIB mucho más elevado, pierde el 24% del mismo a causa del delito. En Honduras, no menos de una docena de empresas de Corea y Taiwán decidieron abandonar el país.
En el istmo centroamericano, las autoridades policiales tienen “registradas” cerca de dos mil “bandas” con casi de 400.000 miembros. Muchos de estos grupos nacen en torno al narcotráfico y en él encuentran un sistema de vida y unos ingresos que la sociedad no les proporciona.
Pero también existen ejemplos positivos. En países desangrados por el número de pandilleros ha descendido en los últimos años gracias a los programas de Ayuda en Acción y Tierra de Niños.
El cambio debe apoyarse en medidas políticas específicas para la juventud. Aumentar la inversión en educación de calidad y fomentar la preparación para entrar en el mercado de trabajo. Políticas destinadas a la mujer y a la educación reproductiva. Medidas de integración social que acaben con los guetos en las ciudades. La seguridad no se alcanza cercando el problema, como está sucediendo en Brasil con el muro proyectado para cerrar las favelas. En los últimos años se han realizado avances, pero la apuesta ha de ser mayor. Si la juventud es el futuro, Latinoamérica se merece un futuro mejor.
El autor es periodista y
director de cine.
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