Se celebró ayer, 6 de Junio, el Día del Maestro, a quien todos tendríamos que considerar como el segundo padre o madre, cuando se trata del ciclo primario, en especial. Aunque igual sentimiento deberíamos guardar para todos los maestros, incluyendo a los de secundaria.
Su vital aporte al conocimiento y la educación de sus alumnos merece eterno reconocimiento. Seguir la carrera del magisterio es algo parecido al apostolado, pues no es fácil trabajar con niños y adolescentes que tienen distintos caracteres y comportamientos.
A manera de rendir homenaje a los maestros de Bolivia, quienes pese a ser mal pagados por el Estado y tener que formar a la sociedad futura, me imagino que todos tenemos una deuda inmensa con quienes nos enseñaron a leer y escribir y sobre esa base incursionar en el conocimiento general.
En lo personal tuve un profesor excepcional en primaria, en la escuela México. Se trataba de Humberto Pérez del Villar, quien empezó siendo nuestro maestro desde el tercer curso.
Empero, cuando pasamos al cuarto curso, en masa acudimos al entonces director de la escuela. Le pedimos que el profesor Pérez siguiera siendo nuestro maestro en cuarto curso y por insistencia de los alumnos, llegó a ser hasta el sexto de primaria.
¿Por qué le tuvimos tanto aprecio y cariño al profesor Pérez?, porque más que maestro era como padre y a la vez amigo. Su cualidad humana era notable. Cuando tenía que ser severo, lo era con todo rigor, pero en general suscitaba entre sus alumnos mucho cariño y respeto hacia él.
A su vez, él exteriorizaba una gran competencia docente, aparte tenía una forma especial de ser profesor. En ese tiempo, la enseñanza en primaria era enciclopédica, de manera que teníamos que incursionar en el conocimiento de todas las materias del saber humano.
No se limitaba a dictarnos las tareas, sino a sorprendernos en cualquier momento con preguntas sobre las distintas materias que nos inculcaba. Podía ser que nos esté dando una clase de aritmética, pero de pronto llamaba a uno y otro alumno, por su nombre, para que le responda a las preguntas que nos hacía sobre otras materias que nos enseñaba. Con ello, lograba que todas las materias las tuviéramos presentes en la memoria.
Aparte, nos sometía a concursos de conocimientos. Disponía que un alumno pregunte a otro compañero sobre cualquier tema de las distintas materias. De esa manera, conseguía que no sólo sus alumnos fueran oyentes de sus clases, sino también a que cumplan, de alguna manera, la condición de profesor.
Estas y otras condiciones personales y humanas tenía con sus alumnos, por lo que todos lo admiraran y lo quisieran como a guía y apóstol de nuestro aprendizaje. Incluso iba más allá, nos imponía disciplina, buen comportamiento y puntualidad.
Nos explicaba que con la práctica de cada una de estas cualidades, tanto en su valor como en su significado, estaríamos mejor preparados para la convivencia diaria, tanto entre condiscípulos como con nuestros padres, vecinos y amigos.
De esta manera, iba más allá de impartirnos clases sobre las materias que debíamos aprender en la escuela, sino también fuera de ella, esto es en el respeto a los demás y sobre esa base conocer más de la vida, pues consideraba que cada quien siempre tiene algo que puede enseñar, aunque no se proponga y menos sea esa su intencionalidad.
En este tiempo, muy bien se puede identificar al profesor Pérez como un eximio humanista, por la amplitud de sus conocimientos, pero principalmente por sus principios sociales y humanos. Nos insistía mucho en cultivar el afecto y aprecio que debe prevalecer entre las personas, de toda edad y condición social o posición económica.
Empero, nos enfatizaba mucho en ser útiles y caritativos con los desposeídos. Al margen, nos explicaba que no debíamos hacer distinción alguna con las personas que conozcamos y tampoco, cuando seamos “grandes”, con los compañeros de trabajo, cualquiera fuere la posición que ocupemos en cuanto a rangos e ingresos.
Han pasados muchísimos años desde que fui discípulo del profesor Pérez, pero nunca olvido sus enseñanzas, las practico entre los míos y con quienes tuviera la fortuna de trabajar, pues al respecto remarcaba que todo ello nos permitiría conocer más a los seres humanos y sobre esa base apreciarlos y tratarlos con respeto, afecto y cariño. Y en lo personal, a ser personas sin complejos y menos con depresiones.
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