Con avidez leí “La misión de la universidad “, un fragmento publicado por la Universidad Mayor de San Andrés, realmente excepcional si se lo lee con la dedicación e intelección necesarias, tratándose de un filósofo de la dimensión de José Ortega y Gasset. Este columnista sin presunción alguna considera que si se llevasen a cabo o a feliz término las pertinentes y sabias cogitaciones de Ortega y Gasset para reformar las universidades, seguramente, como él lo vaticina, el mundo dispondría de mejores profesionales que insustituiblemente asignarían preeminencia a la cultura como engranaje integral de la sociedad. Ortega afirma que “la reforma universitaria no puede reducirse, ni siquiera consistir principalmente, a la corrección de abusos”.
Reforma es siempre creación de usos nuevos, quiere decir que los usos son los más importantes porque cuando los usos constitutivos de una institución son acertados, aguantan o resisten sin notable resquebrajamiento una buena dosis de abusos, exactamente como el hombre sano que soporta excesos que aniquilarían al débil.
El filósofo está dando un mensaje a directivos académicos y docentes para identificar plenamente la raíz de la reforma universitaria, que consiste en acertar su misión y, va más allá, señalándonos el camino en nuestra conducta para convenir que todo cambio, adobo o ingrediente o retoque de nuestra casa universitaria que no parta de haber revisado anteladamente, con draconiana claridad, con decisión y buscando la verdad en la profundidad (veritas est in puteo), el problema de su misión, será como arar en el mar o como el filósofo lo menciona “ penas de amor perdidas”.
Lo que hacen usualmente las universidades, en lugar de plantearse directamente sus problemas y debilidades, sin permitirse licencia, con el atronador cuestionamiento de ¿para qué existe, está ahí y tiene que estar la universidad?, acometen lo más cómodo e infértil: mirar de reojo lo que se hace en las universidades de pueblos más desarrollados y ejemplares. Esto no es censurable, empero, aquí el notable filósofo enseña algo excepcional, corto y admirablemente profundo: “mirar lo que hace el otro sin eximirnos de resolver, luego de esa mirada, originalmente el propio destino de la universidad que desea reforma”. Aquí se refuerza este pensamiento con el principio de la educación que es la escuela, como institución normal de un país, depende más del aire público que es la cultura del pueblo que está en el aire que el aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus paredes o muros.
Existe fijación en estudiar en Alemania, Inglaterra o en los Estados Unidos, como ejemplos, sin agravios comparativos con otros países y tomamos al azar a la universidad en Alemania y el filósofo cogita estableciendo “se ve que es una institución deplorable, pues si la ciencia tuviese que nacer sola y puramente de las virtudes institucionales de la universidad, sería poca cosa. Por fortuna el aire cultural que orea al alma alemana está cargado de incitación y de dotes para la ciencia y suple efectos sustanciales de la universidad”.
No se puede vivir, humanamente, sin ideas, pues de ellas depende lo que hagamos, y vivir no es sino hacer esto o lo otro. Cultura es el sistema vital de las ideas en cada tiempo y no importa un comino, expresado coloquialmente, que esas ideas o convicciones no sean, en parte ni en todo, científicas. “Cultura no es ciencia, pero en otras culturas no fue así, ni está afirmado que en la nuestra lo sea siempre en la medida de ahora. La ciencia es el mayor portento de la humanidad, pero por encima de ella está la vida humana misma, que la hace posible”, reflexiona el filósofo.
La sociedad necesita buenos profesionales, jueces, médicos, ingenieros etc., y por eso está la universidad con su enseñanza, empero, necesita antes que eso, y más que eso, asegurar la capacidad en otro género de profesión: la de mandar, es decir, que sean capaces de influir vitalmente según la altura y la exigencia de los tiempos. Para ello es preciso e ineludible crear en la universidad la enseñanza de la cultura o el sistema de ideas vivas que el propio tiempo posee. Finalmente, es preciso que cada mujer y hombre, evitando utopismos perniciosos, lleguen a ser, cada uno para sí, integro ese ser humano: culto y profesional.
Debo confesar que fue un regocijo intelectual y de aprendizaje leer este fragmento de Ortega y Gasset, por lo que me permití realizar esta reseña para el lector.
El autor es abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, docente universitario, escritor.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |