El felicísimo sistema del tren sin rieles inventado por los genios del oficialismo, descubierto por el periodista Humberto Vacaflor y explicado con profundidad por el ex presidente del Banco Central, Juan Antonio Morales, ha llegado a su culminación con una definición gráfica que consiste que, en adelante, los bueyes deben estar colocados delante la carreta como forma perfecta para llevar la producción a destino.
La maravillosa fórmula del tren sin rieles también se sumaría a otras numerosas de tipo técnico y político de gran difusión y aplicación durante los últimos años, entre ellas -como muestra Juan Antonio Morales- las canchas de césped sintético, los coliseos sin utilidad, la agricultura de maceta y otros, que inauguran a diario las autoridades del Estado Plurinacional en el proyecto “Bolivia cambia, Evo cumple”.
Esa dichosa iniciativa también se aplica en política en el país mediante otra receta milagrosa, que es la terminología populista (en su contenido económico y no como palabra despectiva), que quiere construir el socialismo sobre la comunidad antediluviana, sin pasar previamente por la etapa capitalista, vale decir querer hacer la revolución proletaria sin proletariado o, en forma más gráfica, algo así como proponer montar a caballo sin tener caballo o desear ir a la luna en bicicleta.
Sea lo que fuese, la fórmula del tren sin rieles puesta en práctica por el Presidente de YPFB para transportar la urea de Bulo Bulo a Brasil ha causado revuelo mundial, no solo por su originalidad sino por haber llegado al absurdo no solo en forma teórica sino en la práctica y que, hasta el momento, costó varios millones de dólares.
Pero lo más notable de todo es que, una vez fracasado el intento de construir el ferrocarril Bulo Bulo-Montero (por causa del fiasco de una empresa china, tema de presunta corrupción que el viento se llevó), la presidencia de YPFB mandó construir los vagones para una línea de ferrocarril que no existe y todo a alto costo, forma de despilfarrar el dinero de propiedad del pueblo, ya que no se debe dejar de recordar que el Estado es mero administrador, cuidador, policía de los bienes de la Nación.
Nuestros geniales administradores de los bienes nacionales han llegado, así, al colmo del absurdo y lo aplican sin pausa y con ritmo sistemático, sin que haya reacción ante esa conducta de despilfarro. Esa política del absurdo, expresada en el término “libre albedrío”, o sea “meterle nomás”, se ha convertido en política de Estado y ocurre en muchos casos. Se ha llegado, además, al extremo de lograr la indiferencia general ante hechos asombrosos que ocurren a diario desde los feminicidios hasta la política internacional.
La repetición sostenida de esa forma de presentar las cosas, al nivel de llegar al punto de llevar la política y la economía hasta el absurdo, tiene como fin conducir el asunto hasta la irracionalidad, hacer las cosas inaccesibles al pensamiento, negar el papel de la razón en el pensamiento y desorientar al individuo en la observación de los hechos. ¡Un éxito!
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