No se trata de aquella recordada canción de los años 70, compuesta y popularizada por “Los Iracundos”, quienes en partes sobresalientes entonaban: “tú ya no estás y la ciudad duerme, sin razón te espero a ti, es el fin, qué dolor siento, oh Dios sufrir por qué…”, aunque, de una manera u otra, no existe mejor título para lo que actualmente sucede en nuestra urbe, pues pareciera que “la ciudad duerme”, como sus propias autoridades, y sus mismos habitantes.
No existe otra explicación para la indiferencia o costumbre, ya perjudiciales -pues esa es la actitud del habitante de La Paz- ante una serie de situaciones que inquietan a toda la colectividad que nada tiene que ver con conflictos de diversa índole que atormentan a los paceños y no paceños de modo recurrente. Nos referimos a las marchas y bloqueos de vías públicas a cargo de distintos sectores, sean laborales, gremiales, del transporte, etc., para colmo con la utilización de ruidosos artefactos o explosivos que ponen los pelos de punta a la población en su conjunto. Parece que nunca existirá una solución ante semejantes circunstancias que hastían a gil y mil.
Hay mucho más, empero, como otros ejemplos de que “la ciudad duerme”, al igual que la misma ciudadanía, debemos referirnos a la utilización de los espacios públicos por parte de mucha gente para cumplir con sus necesidades fisiológicas. De nada sirven los anuncios pintados por autoridades y particulares, en las paredes, que prohíben “orinar y ensuciar bajo una sanción de 500 a 1.000 Bs”. Nadie hace caso, y no hay quién haga cumplir la advertencia; y que se sepa, no hay quienes hubiesen sido arrestados y cancelado dicha multa. Se trata entonces de anuncios irrisorios.
También se dice “hay que cuidar y ahorrar el agua”, pero una vez que ya pasó el susto del racionamiento, e incluso mucho antes, se veía con frecuencia a inescrupulosos e irracionales “ciudadanos” con su “manguera” en mano lavando sus autos en muchos barrios capitalinos. Algunos vecinos, impotentes ante ese espectáculo, sólo atinaban a exclamar: “a éstos hay que huasquearlos con sus mismas mangueras”.
Las aceras, se dice desde hace rato, ya no son para los viandantes, sino para los comerciantes. Así lo vemos en varias vías céntricas, en las cuales el peatón tiene que hacer de “torero” o equilibrista con el fin de evitar ser atropellado. Asimismo, están los letreros metálicos, o de madera, que impiden la libre circulación de la gente. Nadie puede reclamar porque en caso contrario le espetan que es “un discriminador que debe ser denunciado ante las autoridades respectivas”. Los conductores de vehículos, particulares o de servicio público, por su parte, cual dueños de las calles imprimen velocidades exageradas. En fin, qué vamos a hacer porque ¡la ciudad duerme, como sus autoridades!
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