El ocaso de los nihilistas

Rezar a Dios. La nimiedad más infantil de todas las que existen.

A un lado están los escépticos, al otro los agnósticos y más allá los negadores. Cualquiera persona que no crea en Dios se inscribe en una de esas tres categorías, y en los últimos tiempos ha sido asombrosa la crecida de esos grupos sociales. Quizá el elemento común de todos ellos sea la supresión -cuando no la negación, que es distinta.

Pero todos ellos han olvidado que la esencia y la brújula del hombre siempre han sido y serán positivas, es decir, que estarán orientadas hacia la afirmación, y esto en virtud de su facultad que le permite indagar en cosas misteriosas. Por naturaleza, el ser humano medita y piensa, indaga y ora. Esas acciones majestuosas del alma de los hombres son como linternas en las tinieblas que reinan en lo desconocido, y el axioma filosófico dice que si hay búsqueda, habrá inminentemente hallazgo.

Sin embargo, otro razonamiento más objetivo y más lógico que el que acabamos de formular demuele el argumento nihilista. Ese razonamiento es el de la infinitud del todo.

Para el nihilista nada existe, ni el infinito exterior ni el interior (incluso duda de su propia existencia). Pero más allá de que la infinitud exterior ya haya sido analizada por las teorías de la Relatividad y del Campo Unificado de Einstein, la infinitud interior es una certeza para sentimiento, una realidad que nadie hasta hoy ha sido capaz de sondear. Esta infinitud no puede ser descifrada por la ciencia ni por la lógica, solo se sabe que existe. La aproximación hacia ella es la oración, la meditación y el pensamiento. (La pasión sentimental o el sentimentalismo no es sino solo un rodeo en torno a ella).

La desesperanza producida por el extravío de las sociedades, la pamplina que puede parecer el acto de la oración, la desolación en todas sus formas, el razonamiento frío; he ahí las razones por las que quizá haya nihilistas (alguno que otro lo es solo por esnobismo). Pero la grandeza de la esencia del hombre consiste precisamente en creer, en creer que hay algo más allende el plano de las realidades visibles. Venerar lo infinito; adorar lo incomprensible; trabajar por encontrar lo que hay más allá de la materia; purificar las religiones; limpiar la idea de Dios. He ahí la terea que tienen los seres humanos.

Dice Víctor Hugo: “Sabemos que hay una filosofía que niega el infinito; pero también hay una filosofía, clasificada patológicamente, que niega el sol. Esta filosofía se llama ceguedad”. Y la verdad es que la nada no existe, todo es algo.

La filosofía tiene como deber ofrecer luz, no incertidumbre. El edificio de la filosofía no puede estar construido sobre los cimientos de lo incierto, menos aún de lo negativo.

El problema fundamental del desprecio por las religiones radica en que éstas están saturadas de intriga, de fanatismo, de demagogia, de burocracia y hasta de corrupción. El cuerpo visible de las religiones muéstrase corrupto. La tarea consiste en limpiar la inmundicia de las religiones para que vuelva a relucir inmaculada la imagen de Dios.

Cuando ciencia, religión y filosofía se unifiquen se podrá estar más cerca de lo que aún nos es recóndito. El gran francés nuevamente: “Sabemos que hay ilustres y poderosos ateos, pero en el fondo, encaminados a la verdad por sus mismo poder, no tienen seguridad de ser ateos; la cuestión viene a ser casi de nombre, y en todo caso, si no creen en Dios, prueban que existe siendo hombres de talento”.