Han transcurrido más de once años en el poder de la República del partido MAS encabezado por el señor Evo Morales en la Presidencia y, además, como cabeza casi vitalicia, de seis federaciones de cocaleros del Chapare. Un gobierno que ha tenido serios traspiés y que, con buena parte de sus anuncios previos en sentido de “lograr la liberación del campesino”, “recuperar la dignidad de los originarios del país”, “derrocar a las derechas y al imperialismo”, “conseguir la independencia económica del país” y muchas otras lindezas que ni el mismo Presidente y menos su partido han creído, porque saben que todo ello es simple utopía y demagogia populista. Saben, además, que las políticas del “socialismo del Siglo XXI” han resultado absurdas desde todo punto de vista, debido al rotundo fracaso del comunismo en el mundo a partir del año 1989, en que, casi al unísono, cayeron el muro de Berlín y el comunismo que, en su caída, arrastró a todas las ideologías o posiciones de socialismos de extrema izquierda.
La liberación económica del país y creer que “estamos mejor que Suiza” o que seremos “cabeza del mundo por las grandes transformaciones que se realicen”, son otras de las ilusiones concebidas al calor de utopías y creencias que han resultado fantasiosas por inaplicables, imposibles y ajenas a la realidad. Todo lo pregonado ha quedado en los anuncios que han sido expresados en “tiempos de euforia financiera” con la nunca vista riqueza que se tuvo debido a los precios internacionales del gas que ha permitido al gobierno contar con mucho dinero, pero, como contraste, no supo en qué y cómo utilizarlo porque no supo de planificación, proyección económica y menos contó con los profesionales debidos para ejecutar lo que correspondía; y, si a todo ello se agregan las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” con el gran aditamento de corrupción que tanto daño le causó al país y al propio régimen, los problemas han crecido inconteniblemente, aunque el gobierno nada o poco hizo para contener la avalancha de los hechos que han crecido con “la presencia de quienes creían haber llegado al turno de aprovechar tanto cuando se pueda”.
El gobierno ha tenido que sufrir -aunque sin confesarlo- las consecuencias de sus debilidades, de creer seguramente la falsa premisa esgrimida por la extrema izquierda: “La revolución lo permite todo con tal de alcanzar cambios que permitan beneficios para el pueblo”. Esos cambios tan sólo anunciados y nunca puestos en práctica, no han logrado siquiera corregir los propios errores, menos han significado pasos seguros para vencer a la pobreza y menos para desarrollar el país o conseguir un crecimiento económico.
Lo grave de esta situación da lugar a creer que parecería que el gobierno y su partido, conjuntamente la oposición que nada hace para corregir sus propios yerros, se han acostumbrado a soportar lo que ocurre y poco o nada hacen para enmendarlo y adoptar medidas para combatir el gran mal que es la corrupción. La costumbre, pues, ha puesto blindaje a males que se hacen crónicos, como es el contrabando, el nepotismo, la manipulación de la administración de justicia y que sirve “para poner a raya” a quienes se supone opositores o contrarios y, lo que más abruma a la colectividad: frenos a la libertad de comunicación que es cortar el pensamiento y anular el derecho a pensar y emitir criterios u opiniones. Así, se ha creado la costumbre de que todos sean mudos e indiferentes ante los excesos al imponerse la auto-censura para estar callados, carentes de opinión y resignados a condiciones de vida que podrían hacerse muy duras.
Estas situaciones han determinado que la llamada oposición de los partidos políticos, de instituciones de toda laya, de organizaciones cívicas y sociales vivan sólo pendientes de lo que vaya a ocurrir en lo inmediato, reservándose para lo mediato el criterio del “habrá que ver” si será posible que se cambie o surjan presiones institucionales que obligan a la morigeración de conductas y surjan cambios efectivos abandonando hechos y políticas que han causado daño al Estado y al gobierno.
Los partidos de oposición, casi siempre divididos -aunque no enfrentados- se creen estar en la cúpula de las razones y se sienten ser la esperanza. No transigen ante la idea de que la unidad no solamente ideológica y en propósitos sino en conductas en su relación con el gobierno debería ser constructiva y propositiva y captar la confianza efectiva del pueblo. Todo lo que ocurre en el país no sólo es culpa del régimen sino de la misma colectividad y de los grupos políticos, institucionales y sociales que no han sabido dialogar, obligar a dialogar con el gobierno y hacerle ver sus yerros y los daños que se hacen al país. Lavarse las manos, al estilo de Pilatos, no logra buenos propósitos; al contrario, empeoran lo mal hecho y debilitan las esperanzas.
Será preciso que el gobierno y la oposición tomen conciencia de la realidad de que mucho tienen que cambiar, de entender que todos los bolivianos somos hijos de la misma Patria y que, en aras de vivir en paz y concordia, hay que trocar conductas y actuar conciencialmente en pro del bien común.
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