Ana Muñoz Álvarez
Más de 60 millones de mujeres y niñas mueren al año a manos de sus maltratadores, según Unicef. La violencia doméstica produce al año más casos de invalidez que la malaria, los accidentes de tráfico o las guerras. Son cifras que deberían hacernos reaccionar, sin embargo la violencia contra la mujer no disminuye y se da tanto en los países ricos del Norte como en los empobrecidos del Sur y en todas las clases sociales. En Estados Unidos, por ejemplo cada nueve segundos una mujer es maltratada por su pareja y, en España, ya son cerca de 60 mujeres las que han muerto por esta causa.
La violencia doméstica es una de las fórmulas más crueles ya que el autor del maltrato es una persona de la propia familia. Este tipo de violencia acaba con la autoestima de las mujeres o los menores que la sufren. Es, emocionalmente, un trauma que anula la personalidad y la capacidad de reacción de las víctimas.
Las Administraciones y la Justicia buscan soluciones con leyes más rigurosas, órdenes de alejamiento, divorcios exprés o juicios rápidos. Sin embargo, las mujeres siguen sufriendo la violencia de sus compañeros sentimentales bien sea física o psicológica. Una de cada tres es víctima de malos tratos en cualquier parte del mundo, según los últimos informes de organizaciones internacionales.
Habría que dar especial atención a las mujeres discapacitadas. Un estudio realizado en España revela que tres de cada diez mujeres discapacitadas son o han sido víctimas de malos tratos.
Es difícil llegar a comprender por qué una mujer que es maltratada por su pareja permanece a su lado. En muchos casos, se defienden, sus familias dependen económicamente del maltratador. Las medidas para la lucha contra la violencia doméstica, por tanto, deberían ir encaminadas a la independencia y seguridad económica de las víctimas y sus familias.
Leyes, seguridad e independencia económica no supondrán una verdadera solución si no van acompañadas de una educación en valores de respeto y de igualdad entre sexos.
Lograr el acceso a la escuela de las niñas será otra vía para acabar con la violencia de género. Una niña que tiene posibilidad de estudiar tiene más oportunidades para conseguir un puesto de trabajo y la independencia económica. Además, conocerá mejor sus derechos y será la dueña de su cuerpo.
La violencia doméstica se apoya en una malentendida memoria histórica, donde las mujeres eran seres débiles que debían obedecer al hombre. Ya en la época de las cavernas, como relata El clan del oso cavernario de Jean M. Auel, las mujeres podían ser castigadas por los hombres si éstas los miraban a la cara o hablaban sin su permiso. La historia de la mujer es la historia de la sumisión y la exclusión de la vida pública. Hubo que esperar al Siglo XX para que la mujer aparezca como ciudadana de pleno derecho. Hoy, todavía las mujeres, ya incorporadas al mundo laboral, siguen siendo discriminadas. Y nacer mujer significa tener más probabilidad de vivir en la pobreza y ser marginada.
Las mujeres son, en muchos casos, las que perpetúan la situación de desigualdad e, incluso, consideran que la violencia es una prueba de amor. Pero nada más lejos de la realidad. Los celos y los maltratos son patologías y no pueden ser aceptadas socialmente. Hasta ahora, la violencia doméstica, era un tema tabú. Los medios de comunicación no recogían las muertes de miles de mujeres a manos de sus maridos y tampoco la sociedad hablaba de ello. Eran cosas entre parejas y, a veces, el maltratador era considerado “todo un macho”. La violencia de género pone en evidencia la debilidad del agresor y la sociedad no puede convertirse en su cómplice. Si la humanidad ha acabado con situaciones injustas por cuestiones de raza o de sexualidad y ha superado las ideas en las que se apoyaba la esclavitud, tenemos que convencernos de acabar con la lacra de la violencia de género.
La autora es periodista.
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