Cien años de La Prometheida

Ha pasado exactamente un siglo desde la publicación de La Prometheida, pináculo de las letras americanas. Si hay una piedra negra o un diamante en bruto en los Andes, esa gema es Franz Tamayo. Un griego al pie del de las montañas altiplánicas. Esquilo cantando en América. Hombre nocturno y lucífero. La influencia helénica se aúna con la proeza andina. La raza de los Titanes en la estepa árida. Y el águila desollando las carnes de Prometheo, el Titán piróforo, en las cumbres del Illimani.

¿Puede un artículo periodístico, escrito por un discípulo de este pensador, artículo que tal vez sea poco leído y se disipe en el oleaje de los artículos periodísticos, puede ser, digo, un homenaje a un milagro cultural? Tenían que pasar cien años para que quien escribe estas líneas tuviera la dignidad de rendir un humilde homenaje a la obra. ¿Qué es La Prometheida? Es un icono artístico que se puede medir con justicia con el Faust, o con Les Misérables, o con la Divina Comedia, o con la Eneida, o con las Odas de Píndaro, o con el Hamlet, o con el Quijote, o con los frescos de Miguel Ángel, o con la Gioconda de Leonardo… Es una maravilla del ingenio humano, y desgraciadamente se desconoce la grandeza de este libro, como se desconoce aún muchos secretos del cosmos, tan bellos y esotéricos. Un frío silencio siguió a su publicación. Tamayo es, ciertamente, un enigma estético. Este hombre fue ignorado por la incomprensión ambiente, y lo es todavía hoy. Ese es el destino trágico de los grandes. La pluma pítica de este Apolo indio sin embargo no se silencia.

Imágenes griegas y altiplánicas se concentran y funden en los 4.037 versos de esta dramaturgia inigualable.

La intención del presente artículo no es hacer un análisis de la obra, ni mucho menos (¡sería una cuando menos una osadía imprudente el intentarlo en este reducido espacio!). Hurgando y removiendo los periódicos de la hemeroteca, hallé hace poco un pequeño y sencillo anuncio publicado por EL DIARIO en sus ediciones de mayo de 1917, que dice lo siguiente: “LA PROMETHEIDA O LAS OCEÁNIDES, TRAGEDIA LÍRICA POR FRANZ TAMAYO. La última creación del escritor nacional y seguramente su más poderoso esfuerzo estético, hasta la fecha. Tomo de 220 páginas. De venta en las casas: Lakermance Hnos, Gonzales y Medina, Arnó Hermanos. LOS EDITORES”.

Y hallé también, a fuerza de mi intransigente búsqueda, el estudio y la crítica que hizo Daniel Sánchez Bustamante de la obra, que espero poder publicar en el futuro. Pocos indagadores hasta ahora se internaron en las oquedades del arte tamayano; rescato a Fernando Diez de Medina y a Dora Gómez. Yerran los críticos que lo catalogan como modernista, porque Tamayo es un clásico y un romántico, nada más. Y si retorció formas e innovó metros, lo hizo teniendo en cuenta su sapiencia en literaturas clásicas y en el campo de la filología.

Treinta y ocho años contaba Tamayo cuando, en las soledades de su finca altiplánica de Yaurichambi, escribió esta tragedia lírica. Esculpió sus versos en un rapto de inspiración fecunda, y en pocos meses ya estaba lista la obra. Tamayo prescindió de las exigencias técnicas que impone la representación teatral, por lo cual esta tragedia no es representable, pero constituye la más bella de las composiciones líricas de nuestro continente.

El compromiso de este humilde discípulo, como ofrenda a la cultura universal, es hacer un estudio exhaustivo de la vida y obra este artista, que titulará “Tamayo, enigma estético. Su genio. Su obra”.