Puede la crítica dictatorial ponerse en fiesta. Habréis notado que, desde que este mundo es mundo, los hombres han practicado lo feo y lo malo antes que lo bello y lo bueno; la putrefacción y el desquiciamiento están en la naturaleza de los seres humanos. Las excepciones casi siempre pasan a la historia. Se puede entrar por el portón triunfal de la revolución, y si no se sabe dejar el castillo a tiempo, se sale fatalmente por la desvencijada portilla de la falsedad.
Como pasan hombres, también pasan siglos, epistemes, modelos y paradigmas. Llega un punto en que las cosas y los seres humanos caducan, se agotan y se ponen decrépitos, y la diferencia subyace en lo siguiente: hay hombres que saben que ya nada nuevo pueden ofrecer, y hay otros que no lo saben, o si lo saben no parece que lo supieran. El problema en la patria del Libertador no es el de un hombre caduco, agotado y decrépito (políticamente hablando), es el de toda una camarilla, antaño glorioso partido revolucionario, que no comprende que ya pasó su tiempo. Y esta camarilla tiene sus iguales en varios países de Latinoamérica…
No importa si se es proteccionista o librecambista, conservador o liberal, ateo o místico, vanguardista o clásico, la esencia humana es la misma e inmutable. El deseo de permanecer en la cumbre es un factor común de todo ser humano, más aún de los que pertenecen a cualquiera agrupación cívica o política que tenga el adjetivo de “revolucionario”. Pero hay quienes tienen suficiente conciencia democrática, valores de bondad, formación política liberal, pero, sobre todo, inteligencia; y son éstos los que no frenan el progreso de las sociedades, porque aunque desean permanecer en el poder, saben que el descenso es tan necesario para el avance de su patria como útil para la preservación de la institucionalidad. Nada de esto último pasa hoy en la República de Venezuela, lamentablemente, como tampoco sucede en varias partes de Sudamérica, e incluso en otros continentes.
El régimen de Nicolás Maduro nació débil y engreído. Todo en ese pobre Estado indica una grave enfermedad de perdición social y ruina política. No puedo comprender cómo una de las economías que a principios del Siglo XXI era de las más saludables, pudo terminar, poco más de tres lustros después, casi en estado de catalepsia. Niños en las calles, hombres y mujeres atracando y saqueando comercios, hospitales sin medicamentos, carencia de elementos básicos, compañías empresariales en la quiebra; ¿no era el socialismo el derrotero contra la pobreza? Si se ha socializado algo, es la miseria, distribuida magistralmente a casi todos por igual. Por eso el socialismo dogmático no es ni ha sido un camino bueno, sino más bien el criterio de economía social con libertades públicas y ciudadanas absolutas.
Eso en cuanto a lo económico y financiero. En cuanto a lo político el panorama es tan dantesco como el anterior, o incluso más. El cierre de un Parlamento, la institución democrática por antonomasia, ya no solo acusa al bajo administrador de la hacienda ni al funcionario incompetente, sino al dictador en ciernes. Y ojalá fuera solamente dictadura la que se avecina; la dictadura amenaza con venir acompañada del despotismo. Si la futurología de los economistas predice un escenario atroz para los países que apostaron por el socialismo, los sociólogos no deberían ser menos pesimistas, porque a la debacle económica seguirá la crisis social, la vulneración de los Derechos Humanos, etc.
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