Un trabajo de Christine Chemnitz, Jefe del Departamento de Política Agrícola Internacional de una Fundación Internacional, la Heinrich Boll, con sede en Berlín, analiza el crecimiento gigantesco de la agroindustria corporativa en varios países del mundo.
De acuerdo con este estudio, estas empresas contribuyen al cambio climático, la destrucción del medio ambiente y la pobreza rural. Ella nos recuerda que en el mundo hay más de 570 millones de agricultores y siete mil millones de consumidores, pero las cadenas de valor mundial de la agroindustria, desde el campo hasta los sitios de venta de alimentos, se encuentran bajo el control de un puñado de empresas, que concentran también ganancias e inmenso poder político, las cuales no tienen interés en cambiar este status quo.
Partiendo desde la base productiva en el sector agroquímico y de semillas, que está en proceso de adquirir Monsanto, el principal productor de semillas genéticamente modificadas (OGM.s), por un monto equivalente a 74.000 millones de dólares. De concretarse esta operación apenas tres conglomerados: Bayer-Monsanto, Dow-Du Pont y ChemChina-Syngenta, controlarán más del 60% del mercado mundial de semillas y agroquímicos. “Baysanto” sola sería propietaria de casi todas las plantas genéticamente modificadas del planeta.
Con otras grandes fusiones a concretarse en breve, Christine señala que es posible que el mercado agrícola mundial cuando termine 2017 será muy diferente. Cada uno de los tres grandes conglomerados estará más cerca de dominar los mercados de semillas y pesticidas, y en ese momento tendrán poder total para la fijación de precios y la calidad de los productos alimentarios en todo el mundo.
En el sector de maquinaria agrícola se estaría dando un proceso parecido a los del sector semillas. Las cinco corporaciones más grandes acaparan 65% del mercado, con Deer and Company (dueña de la marca John Deere) en la delantera. En 2015 Deer and Company facturó 29.000 millones de dólares, más que los 25.000 millones que ingresaron a Monsanto y Bayer.
A los cambios anteriores se sumaría la digitalización de la agricultura. Este proceso todavía en una etapa incipiente, va cobrando impulso, y en algún momento llegaría a todas las áreas de producción. Muy pronto la aplicación de pesticidas se realizará con drones, el ganado tendrá sensores para hacer seguimiento de las cantidades de leche, los patrones de movimiento y las raciones de comida; los tractores se controlará por GPS; y sembradoras manejadas con aplicaciones móviles evaluarán la calidad del suelo para determinar la distancia óptima entre surcos y plantas.
Las empresas que ya dominan las cadenas de valor han comenzado a cooperar para maximizar los beneficios de estas nuevas tecnologías. Las John Deer y las Monsanto han empezado a unir fuerzas.
El mismo problema de concentración del mercado se ve en otros eslabones de la cadena de valor, por ejemplo la intermediación agrícola y los supermercados. Y si bien la industria del procesamiento de alimentos todavía no está consolidada a escala mundial, en el nivel regional la dominan empresas como Unilever, Danone, Mondelez y Nestlé, a las que la sustitución de alimentos frescos o semiprocesados por otros altamente procesados (por ejemplo pizza congelada, sopa enlatada y comidas listas) beneficia económicamente.
En tanto, las corporaciones acumulan poder de mercado en detrimento de los que están en la base de la cadena de valor: agricultores y trabajadores. Se estaría dando el caso de que las infracciones de la legislación laboral son cada vez más frecuentes; se suprime los intentos de hacer cumplir las normas de la OIT, y los miembros de sindicatos enfrentan en forma rutinaria amenazas, despidos o incluso el asesinato.
Bolivia, como ya me he referido en alguna ocasión anterior, también se encuentra influida por todo lo anterior, el desarrollo agroindustrial cruceño, con un cultivo principal: la soya, es parte del crecimiento de este cultivo en Brasil, Argentina, Paraguay y hace poco se incorporó Uruguay; el grupo Monsanto-Bayer ya opera en nuestro país.
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