Es evidente, la corrupción no desaparece

La cultura de la corrupción ha evolucionado junto con la historia de la humanidad, en mayor o menor grado. A su paso ha involucrado a eminentes personalidades. Y, posiblemente, pasó inadvertida, algunas veces. Es decir sin que nadie se haya dado cuenta.

En el mundo antiguo hizo estragos. Muchos de los soberanos asumieron signos propios de esa objetada práctica. Por lo visto la corrupción había hincado sus dientes de león en la realidad de los pueblos y de sus mandamases.

Calígula, en un caso, había incurrido en flagrantes actos de corrupción. E impuso políticas contra el bien común. “Después de derrochar los 2.700 millones de sestercios o reales, que había dejado Tiberio en el tesoro público, se dio a las crueldades más escandalosas, para reunir nuevos fondos, con que satisfacer sus vicios. Nombró cónsul y edificó palacio a su caballo Incitato; se hizo adorar como Júpiter, Hércules, Venus, etcétera”, escribe P. José Mundo, S.J. Véase su “Compendio de Historia Universal”, Primera parte – Edad Antigua, 1914, página 137.

Jesús fue entregado en manos de sus adversarios por la corrupción que había logrado penetrar en su entorno. Recordemos que un tal Judas Iscariote, tentado por unas asquerosas monedas, lo delató ante los organismos militares, para su detención. Posteriormente murió crucificado el Mesías. Así se inscribe la conducta desleal e innoble del corrupto Judas Iscariote.

Ningún gobierno, salvo algunas excepciones, está exento del estigma de la corrupción, en nuestros días. Tanto en dictadura como en democracia se han reeditado tales hechos. Y perfeccionados, para el colmo de los males, acorde a los tiempos que se imponen, hoy. Conforme a la mentalidad, a las proyecciones y necesidades de los actores políticos, que se multiplican, aquí y allí, ahora más que nunca.

Desgraciadamente, sobre muchos gobernantes del planeta recae la sospecha de malos manejos económicos o actitudes, para ser más claros, de corrupción. Esta afirmación no contiene novedad alguna, ni es invento nuestro. Se funda nada más que en la objetividad.

Por lo visto no sólo fueron sospechosos de corrupción quienes presidieron la dictadura, sino también quienes propugnaron el libre ejercicio de la actividad política en democracia. La cultura de la corrupción siempre ha matizado el quehacer político en ambos casos.

En suma: la cultura de la corrupción dará aún mucho de qué hablar.