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Un número creciente de cancillerías del continente cree que el colapso del Socialismo del Siglo XXI en Venezuela puede ocurrir a corto plazo y que con eso sobrevendría un reacomodamiento geopolítico del que ningún país de la región podría escapar. Los incidentes internos ocurridos estos días, desde el sobrevuelo bizarro de un helicóptero que atacó el edificio del Consejo Nacional Electoral y cuyo piloto sigue hasta ahora clandestino, hasta las escaramuzas legales entre el gobierno y la Fiscal General Luisa Ortega, ahora contrapuesta al régimen de Nicolás Maduro y prohibida de salir de su país, configuran para los observadores la aceleración de una crisis a la que pronto sobrevendría un estallido final. El apartamiento forzado de Maduro y la instalación de un gobierno de transición para convocar a elecciones generales quizá este mismo año es la hipótesis más favorecida por los analistas, que ven una situación cercana a una guerra interna en el arreciamiento de las confrontaciones en las que la Guardia Nacional ha tomado partido para proteger al régimen acosado de Maduro. Los observadores coinciden en que esa situación bélica entre un país alzado y la Guardia Nacional no podrá continuar por mucho tiempo sin una definición.
La palabra ¨crisis¨ es insuficiente para definir lo que vive la patria de Bolívar y Sucre, donde cada día hay nuevas víctimas fatales, originadas en la represión de los militares para ahogar a los manifestantes que exigen que Maduro se vaya. Los muertos en esta epopeya rondan los 90 y, al ritmo que van las confrontaciones desde su estallido nacional hace tres meses, pronto bordearán el centenar, en una matanza con pocos paralelos en la historia regional. No es aventurado predecir que la marea contra Maduro no cejará hasta lograr su salida del gobierno. Determinar cuándo y cómo es una de las grandes incógnitas que pesa sobre las cancillerías latinoamericanas.
No es difícil imaginarse que el mandatario venezolano y quienes lo sostienen están agarrándose de las ramas en una caída vertical que ahora involucra a lo último del sistema, cuyo tronco principal se quebró en 1989 con la caída del Muro de Berlín y, poco después, de toda la URSS.
Lo que se derrumba en la región son las sobras de un sistema que surgió de las esperanzas de la humanidad por un mundo menos desigual. Esa utopía fue distorsionada de una manera brutal el siglo pasado por cúpulas que se apoderaron de la conducción de las sociedades con la convicción sacramental de que nadie más que la nomenclatura del partido podía agarrar las riendas. De esa convicción surgieron las tendencias de gobernar para toda la vida que luego, con mayor o menor intensidad, se han manifestado en América Latina y que ahora ingresan a una zona crepuscular tormentosa.
La palabra con la que conjugan todas las dificultades de esos regímenes se llama petróleo. Bajo Chávez y Maduro, Venezuela afianzó con petróleo subsidiado sus alianzas geopolíticas en el Caribe, fundamentales para apuntalar sus reclamos sobre el territorio Esequibo, que comprende dos tercios del territorio guyanés. Esas alianzas han mostrado su eficacia estos meses como escudo para las ofensivas en las reuniones hemisféricas donde se buscó afilar aún más la retórica contra Maduro. El régimen de Caracas consiguió evitarlas. Ahora, todos los observadores parecen concordar en que es improbable que el petróleo subsidiado o con pagos a plazo vaya a mantenerse tras el desenlace que parece avecinarse.
Todo el Caribe entraría en una nueva fase si acabaran los subsidios. Sería afectada inclusive Cuba, que recibe de Venezuela unos 100.000 barriles diarios bajo acuerdos triangulados con Rusia, que entrega petróleo y refinados a clientes venezolanos en Europa a cambio del que recibe Cuba de Venezuela para las refinerías de la isla. Ésta, a su vez, que paga a los rusos con productos agrícolas y Venezuela retribuye a Cuba en especie los servicios de miles de médicos, técnicos y profesores cubanos, la base de la pirámide. Ese abigarrado tejido comercial con matices ideológicos trastabillaría.
Tiene sentido decir que las relaciones con Bolivia, robustecidas por el condimento ideológico, se estremecerían. Una pregunta agobiante es determinar si el servicio diplomático boliviano tiene un “plan b” para una circunstancia semejante.
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