El texto bíblico advierte que familias o pueblos divididos serán destruidos. La guadaña cercenadora les espera a la vuelta de cualquier esquina. Nuestro escudo nacional inserta: “la unión hace la fuerza”, pero alejados de ese norte de entendimiento y perennidad, día tras día hacemos bastante para negarlo. Ciertamente, el individualismo encierra a los connacionales en cubículos aislados, los encapsula y los hace ensimismados.
Esta suerte de ostracismo no sólo es personal, sino que envuelve a las clases sociales, a los grupos y regiones. Es el reino de la incomunicación, del resquemor y del murmurar mal de otro y por qué no del familiar o del “amigo”. Hay presteza maledicente y de crítica a los defectos ajenos con hipérbole y exageración, menos se tiene capacidad de reconocer las virtudes del prójimo, alabarlas suena a poquedad o a tontería. Otros llaman envidia a todo este triste ramillete. En la perspectiva social este es el espejo de la división, de la falta de voluntades unificadoras y constructivas.
Recuerdo que cuando desempeñé una situación pública jerárquica y conversé con la autoridad de un segmento importante de la misma estructura institucional, pero de signo político distinto, para ofrecerle ciertas deferencias administrativas para beneficio del segmento a su cargo -por supuesto dentro de la legalidad-, noté que no salía de su asombro, porque ese género de cooperación entre antípodas políticos es inimaginable.
No creo que en otros países tenga lugar un cuadro tan deconstructivo de una nacionalidad, cual el que vemos con frecuencia en nuestro medio. Se trata de poner piedras en el camino, de sembrar obstáculos por distintas vías a la gestión de la autoridad o del simple funcionario del partido contrario. Acaso no es este el espectáculo que nos ofrece el oficialismo desde el poder central contra gobernadores y alcaldes opositores. A nuestra vista estos días aquí en La Paz está el ataque a Luis Revilla (conste que no me une ningún vínculo político con él), con la intencionalidad final de lograr su defenestración o revocatoria de su mandato. No importan los pretextos a los que se acude. Otra víctima en ciernes es la alcaldesa de El Alto, declinación ya buscada inclusive con muertes de por medio.
Todos los recursos son válidos para anular al opositor o al disidente. Baste citar las decenas de procesos judiciales con los cuales se los acosa, en las más distintas materias. Esta es la cuota inédita que aporta el oficialismo en los anales de la persecución política en nuestro país, la cual por sus excesos no sería viable sin la docilidad cómplice de la Justicia.
Cómo y en qué medida puede edificarse patria en un clima de semejante rivalidad e inquina con el adversario que, al fin y al cabo, es un connacional. Quienes impulsan designios político-ideológicos de esta naturaleza, ignoran que el Estado no se concibe sin una gestión unívoca (Legislativo, Ejecutivo Judicial, etc.). Lo mencionado es un prerrequisito primario de servicio público que, necesariamente, debe impeler la nave del Estado a buen puerto, bajo alternativa de naufragio. Anteponer los intereses partidarios por encima del bien común es pasible de la más enérgica reprobación. Contemplar la cortedad de miras de los despropósitos sumariamente enunciados, es el pronóstico de un futuro y destino lamentablemente negativo de Bolivia.
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