Por lo que se sabe entre los afectados y lo que dicen los medios, los avasallamientos de propiedades privadas -campos y construcciones- suceden en todo el territorio nacional, pero con mucho mayor rigor en las zonas más amplias y productivas desde el punto de vista de la gran agricultura -con caminos y mercados próximos- como son las tierras de Santa Cruz. El despojo de propiedades privadas no es nuevo en Bolivia; data de cuando hace décadas el Estado -o el Gobierno mejor dicho- repartió extensiones en plena producción, en vez de distribuir los millones de hectáreas intactas que existían para quienes hubieran deseado trabajar la tierra de verdad y no asaltarla estando cultivada.
Los avasallamientos actuales no son nuevos por lo tanto y se basan en el afán de liquidar a las maldecidas “oligarquías”, en quitarle poder económico a una clase social o a un modelo productivo que no les convence. Aún más, se trata de hacer la vista gorda a los avasalladores y así recompensar con lo ajeno a quienes se les debe favores de respaldo político. Es frecuente escuchar que “la tierra es para quien la trabaja” y eso es absolutamente racional y justo, pero no es tolerable que bajo consignas políticas se arrebate la tierra justamente a quienes la trabajan y producen alimentos, para repartirlas entre quienes no tienen otro propósito que venderla porque en su vida han sembrado ni un árbol.
En Santa Cruz son muchas las propiedades agrícolas o tierras incultas que están siendo avasalladas o que están bajo amenaza de serlo. Existe la ley 477 del año 2013, que pena con 3 a 8 años de cárcel a quienes ocupen terrenos que tengan títulos saneados, pero las leyes en estos tiempos obedecen al Gobierno y entonces hay que estar bien con el poder, hacerle concesiones, o sufrir las consecuencias. Y las consecuencias son que llegan camionadas llenas de personas que no tienen absolutamente nada más que lo puesto y les dicen que se las busquen por donde sea para vivir.
De esa manera, el avasallamiento, aunque luego sea revertido, provoca daños irreparables. Al derribo de cercas y alambradas, al sacrifico sin ninguna contemplación de ganado de raza, se suma el robo de motores de agua, de luz, la destrucción de equipos de riego, la quema indiscriminada de monte, el desvío de arroyos y todo cuanto puede acabar con una buena agricultura. El paso destructivo de las langostas no es nada cuando arrasan la tierra los llamados “colonos”.
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