Los gobiernos que se declararon partidarios de la fuerza, sea cual fuere su tinte político o tendencia ideológica, con una actitud renuente a los dictados de la razón han pretendido, hoy como ayer, utilizando métodos represivos, destruir al hombre que piensa diferente, como opositor o crítico.
Realidad que se ha suscitado, como siempre, en diversos puntos del planeta, en una acción quebrantadora del entendimiento civilizado, fundado sobre los históricos pilares de una democracia plena.
Los efectos producidos por dicha férula autoritaria han sido y son funestos y dolorosos para los pueblos del mundo. Pero al hombre, en este contexto, no han logrado destruirlo sino que solo lo han derrotado, castigado y escarmentado. Lo han intimidado y sometido. Lo han lastimado y herido. Lo han arrinconado y estigmatizado.
“El hombre puede ser derrotado pero no destruido”, dijo, a propósito, el autor de “Por quién doblan las campanas”, Ernest Hemingway (A.E. Hotchner: “Papá Hemingway – Una semblanza del escritor”, Organización Editorial Novaro, S.A., México, 1966, página 319).
En consecuencia el hombre fue derrotado por sus principios, ideales, convicción política o por sus creencias religiosas. Y, fundamentalmente, por su inmenso amor a la libertad.
Derrotado y condenado, en algunos países de la región y del orbe, a subsistir en el ostracismo, guardando silencio y asumiendo la austeridad más inconcebible. Esa suerte adversa lo ha doblegado. Empero este ser, dotado de razón y sentido común, tiene toda la posibilidad de reivindicarse con actitudes e ideales que siempre honrarán a la especie humana. Y ya lo hizo en reiteradas oportunidades. En consecuencia: su voz resurgirá desde las infrahumanas y tenebrosas mazmorras. Y repercutirá, asimismo, en tierras extrañas, donde fue arrojado por el Poder absoluto.
Solo la enfermedad es capaz de destruirlo. Es capaz de privarle del uso de la razón. Es capaz de soterrarlo bajo la tierra. Pero su imagen y predicamento político continuarán concitando, con mayor fuerza, el interés de la opinión pública. Sus propósitos de cambiar el curso de la historia jamás se detendrán ante ninguna fuerza omnipotente.
En suma: el hombre, pese a los escollos del tiempo y espacio, continuará bregando por un mundo mejor, que signifique paz, justicia y libertad.
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