Historia insólita y conmovedora

No he encontrado algo más apropiado para el relato de hoy que estas dos palabras: insólito y conmovedor, frente a la lectura de una historia de vida que es, realmente, estremecedor, que bajo el título: “50 años luchando contra el cáncer” (Editorial Edobol Ltda., 2da. Edición, 2014) realiza Yolanda Doria Medina, con el apoyo literario de Agustín Echalar, para contarnos su vida, cuya lectura nos conmueve y nos espanta al mismo tiempo por la crudeza del relato, por el sufrimiento que esta dama soportó durante 50 años, para llegar a un desenlace inesperado, ya que ella, pese a todo lo sufrido, sigue con vida para traernos una luz de esperanza.

Yolanda es parte de esta conocida familia, partiendo de un progenitor que quedó huérfano a los 14 años de edad y tuvo que enfrentarse a la realidad que tenía que comenzar a trabajar para ayudar a sostener a su familia. Su primer empleo, boletero de cine en Oruro, un posterior trabajo en la Policía Nacional, donde se desempeñó como cajero y con esa experiencia pudo acceder a un modesto cargo en una de las empresas comerciales más importantes de ese tiempo, la Casa Grace, donde hizo una carrera exitosa para culminar como gerente general de la sucursal de Oruro. Esto simplemente para resaltar que tal vez Yolanda llevó en los genes ese espíritu combativo que la acompañó en su lucha contra esa terrible enfermedad que es el cáncer.

Ella nació con una hermana gemela, ella era pequeñita y desvalida, su hermana Lourdes la fuertecita. Ambas por esa cualidad eran virtualmente idénticas, lo cual dio lugar a muchas anécdotas a lo largo de su infancia y juventud.

De haber vivido en la ciudad minera de Oruro, cuando la Grace decidió vender sus empresas en Bolivia, pasaron a vivir en La Paz; en los años 53, 55, 57 nacieron otras tres hermanas, y en el 58 el primer varón: Samuel, que se convirtió en conocida figura en el país.

En la etapa que vivieron en Oruro, Yolanda ya de 14 años se dedicó al ballet, en el cual por su disciplina llegó a destacar, habiendo interpretado piezas importantes en ese arte. Pero uno de esos días en que fue al cine acompañada por su hermana, en medio de la película “la Violetera”, ella empezó a sentir un tremendo dolor en la columna. Como lo cuenta, ella había empezado su vía crucis de dolor, que la acompañó a lo largo de más de cincuenta años.

A fines del año 62, las gemelas ya tenían quince años, ella continuó con la práctica del ballet. En el 64 fue enviada al Internado Canadiense en Cochabamba, retornó a Oruro debido a que los dolores que la aquejaban se hacían cada vez más frecuentes.

Pese a estos dolores frecuentes e intensos, ella llegó a casarse, en dos oportunidades, en el primero tuvo una niña, Alejandra, que fue su compañera de sufrimiento ya desde niña. A mediados del 67, le vino un dolor que la hizo desmayar, así inició su vía crucis.

Su tratamiento con el conocido doctor Hugo Rodríguez Serrano, le hizo conocer que tenía tumores que requerían un tratamiento mayor. Así comenzaron sus idas y venidas a centros médicos de los Estados Unidos y otros de Europa - afortunadamente con una familia exitosa en lo económico- podía hacerlo. Así a lo largo de los años, se sucedieron muchos diagnósticos, muchas operaciones, con muchos especialistas. Pero los dolores se repetían con mayor intensidad, la enviaban por largos periodos a reposar, la pusieron en silla de ruedas.

Pese a todo ello, siguió batallando, en 2012 estando ella en Miami le comunicaron la muerte de su madre. En 2014 su médico le informó que le quedaban tres meses de vida, ella entonces solicitó discontinuar todo tratamiento y retornó a La Paz, y en una misa en su casa, porque ella no podía ni moverse, se encomendó a Dios.

A continuación viene lo insólito, que lo trataré la próxima semana.