Abrir las páginas de los diarios, escuchar las radios y mirar los canales de televisión constituye un padecimiento para el público que busca noticias optimistas que muestren signos de prosperidad colectiva e individual. Pero tan dulce esperanza se volatiliza en cuanto se empieza a tratar de encontrar algo positivo y se constata que, salvo muy raras excepciones, los medios de comunicación se han convertido poco menos que en páginas policiales que informan acerca de toda clase de delitos económicos, políticos y comunes.
En particular, lo que con más frecuencia se lee en los medios es sobre la corrupción oficial y no hay día en que no se encuentre hechos poco menos que nauseabundos. Es más, si se hace un recuento de esos actos ilegales, uno tiene el deseo de agarrarse la cabeza y salir espantado.
La lista de actos de corrupción en las esferas estatales es increíble, en un país donde se pregona combatir la corrupción, se dicta leyes, programas y se organiza “cumbres” y disposiciones de todo tipo. Más aún, cuanto más se habla y legisla contra la corrupción, el mal empeora y se extiende o como la sentencia popular dice, con su sabia perspicacia: “la medicina resulta peor que la enfermedad”.
La lista de actos de corrupción cometidos en el Estado durante los diez últimos años es digna de ser actualizada para las respectivas generalizaciones lógicas. Desde tiempo atrás están los casos de YPFB y su presidente hoy en la cárcel; el asunto de los taladros; el fracaso de Lliquimuni, y otros no menos ostensibles. Se añaden a ese pozo sin fondo los casos del Fondo Indígena; el asunto de Camce anexo al tráfico de influencias de la principal protagonista; el de las barcazas chinas; la planta de Bulo Bulo; el Ingenio de Huanuni; los hornos de Karachipampa y Vinto; la planta de propileno, etc.
Se agregan las denuncias de narcotráfico contra jefes de Policía, hoy en cárceles de EEUU y en días recientes la corrupción en Dircabi, en la Universidad de San Andrés, los negociados en la Caja de Seguridad Social, edificios para ministerios, el caso de Bolivia Televisión y ni qué decir de la corrupción en el Órgano Judicial y los cheques del finado Hugo Chávez para el programa “Bolivia cambia, Evo cumple”, etc., por citar solo los asuntos más publicitados.
La opinión pública sigue de cerca ese fenómeno de la economía de un país bajo la ideología populista, con sus respectivos resultados.
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