El Papa Francisco ha estado ocupado reemplazando personal de rango del Vaticano, como el cardenal alemán Gerhard Müller que se opuso a la decisión papal de permitir que católicos divorciados accedan a la comunión según el Papa lo refirió en su libro El júbilo del amor, publicado en 2016. El cardenal Müller arguyó que lo dicho por el Papa Francisco estaba en conflicto con las enseñanzas de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. Al parecer los subalternos del Vaticano tardan en percatarse de que el que decide y manda es el Papá, hoy Francisco, y esto desde San Pedro.
El cardenal Müller era encargado de la afamada Congregación de la Doctrina de la Fe responsable también del espinoso asunto de los religiosos pederastas que es una plaga multinacional encubierta por décadas con artimañas e influencias que perduran en medio de nuevas acusaciones contra el cardenal australiano George Pell, otro alto funcionario del Vaticano.
El cardenal Pell, de 76 años, es conocido por australianos que acudieron infructuosamente a él para pedir que tomara acción contra religiosos pederastas de su país. Hoy no solamente es acusado de pederastia, sino de haber hecho vista gorda a los actos de religiosos pederastas en Australia desde cuando era autoridad en la localidad minera de Ballarat. El Papa ha concedido licencia indefinida al cardenal Pell para que en Australia lidie con las acusaciones. Ha nombrado como reemplazo a su subalterno, el jesuita monseñor Luis Ladaria Ferrer.
El diario Huff Post dijo recientemente que el Vaticano, liderado por el Papa Juan Pablo II, sabía de sacerdotes pederastas que el Vaticano encubría ante las comisiones gubernamentales en este caso de Australia. Un informe de la Iglesia Católica Australiana señala que entre 1980 y 2015, 4.500 personas denunciaron casos de pederastia perpetrados por miembros de la Iglesia. Según el Informe, entre 1950 y 2010, se identificó a 1.889 agresores: 572 sacerdotes, 597 hermanos religiosos, 543 laicos y 96 hermanas religiosas. El primer ministro australiano calificó estos datos de “vergüenza nacional” sobre la que el cardenal Pell ha de tener algo que decir.
La pregunta es: cómo es posible que un religioso con antecedentes de escándalo puede llegar a un puesto alto en la jerarquía vaticana y permanecer. El cardinal Pell ha debido saber que el siete por ciento del clero australiano ha sido acusado de pederastia entre 1950 y 2010. Omitió saberlo hasta que le cayó encima legalmente porque de confesionario está claro que nunca le hizo efecto ni mucho menos.
El año pasado el Papa Francisco confirmó que había dos mil casos de pederastia pendientes en el Vaticano y que dotaría de más gente a la Congregación de la Doctrina de la Fe para acelerar los procesos que no cesan de llegar. Un problema del Vaticano hoy es el rezago de casos no resueltos por la injustificable inacción de la Iglesia que se remonta a los años 1980, quizá antes, y perdura inexplicablemente.
De todas maneras Francisco llegó al papado en 2013 con la promesa de crear una Iglesia más abierta empezando por reformar la burocracia vaticana y eliminar la pederastia que caracterizó a los dos papados anteriores. Recordemos que habló de “comités poderosos” de protección de niños, tribunales para procesar a obispos y “tolerancia cero” con sacerdotes pederastas. Desafortunadamente estas promesas no se han cumplido hasta el momento.
El periodista italiano, Emiliano Fittipaldi, autor del libro Lujuria, publicado este año, que versa sobre abuso sexual en el Vaticano con el capítulo inicial dedicado al Cardenal Pell, opina que lo que acaba de acontecer demuestra que la revolución de Francisco, en lo que toca al abuso sexual, ha quedado en promesas.
Libros aparte, esperemos que esto cambie porque la pederastia, o abuso sexual de niños y niñas, es infame y debe ser erradicada de una vez por todas. Quizá el matrimonio de religiosos sea el único paliativo.
El autor es miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua.
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