Después de cumplir un proceso aparentemente bien planificado, en breve se producirá la renovación del Órgano Judicial. Ahora solo faltan las designaciones que se debe adoptar en la Asamblea Legislativa, donde se espera que haya consonancia con lo realizado hasta ahora y que, en consecuencia, ellas se realicen con la propiedad del caso y al margen de intereses políticos.
Es tiempo de que la justicia boliviana responda a las necesidades e inquietudes ciudadanas. Esto es, que efectivamente se aplique la justicia, sin distorsiones y menos corrupción. Además, que los nuevos magistrados asuman el rol que deben cumplir con fidelidad a las leyes y a las buenas costumbres sociales.
En los últimos años hubo un creciente malestar público por la corrupción prevaleciente en los juzgados e inclusive en sus altos niveles. A ello se añadió el hecho de que no hubiera el personal experimentado requerido para impartir una justicia equilibrada y por tanto creíble y respetable.
En meses recientes se ha creado un organismo que resuelva los conflictos menores entre personas y organizaciones, antes de precipitarse en juicios y procesos extensos y que, en vez de restablecer las relaciones y los acercamientos amistosos los conviertan en más conflictivos.
Los nuevos magistrados deben ser los primeros en buscar la solución para las diferencias entre los potenciales adversarios, en función de procurar que la sociedad humana viva en paz y armonía. Al final de cuentas, todos los habitantes de las ciudades y de los pueblos forman implícitamente una gran familia, por cuanto unos y otros disfrutan de sus bienes y atractivos, así como de sus limitaciones y deficiencias.
Ante estas realidades, lo más apropiado sería que unos y otros aporten, en la medida de sus posibilidades, cuanto sea necesario para resolver esas situaciones, en vez de agudizarlas o sencillamente dejarlas tal como están, como si fueran ajenos a sus entornos, que bien o mal los comparten todos, sin que en la hora de la verdad nadie quede al margen o pueda excusarse.
En la vida de una sociedad humana, lo pertinente es que se imponga la comprensión y sobre esta base se establezca el bienestar general. Es lo que hacían las tribus del pasado. De esta manera, sus vidas discurrían en paz y mutua cooperación. Este es el origen de lo que hoy se llama ciudades y países.
Por lo demás, es también natural que emerjan diferencias y a veces hasta conflictos. Ha sido en vista de ello que se ha creado la justicia organizada, con la confianza y seguridad de que un mediador equilibrado restablecerá el entendimiento y resolverá los entredichos que tienden a recurrir a la justicia pública, en los casos extremos.
Entonces, al depositarse en ella la confianza de encontrar una solución adecuada a las diferencias sociales, la justicia asume un compromiso mayor. Es decir despejar los enconos y restablecer, en todo lo posible, la buena relación y mejor si se puede restituir el entendimiento y la amistad. Al menos, ello es lo más deseable cuando el conflicto es entre familiares, o sea de los miembros de una misma cuna originaria.
Precisamente, este es el rol que debe cumplir la justicia pública, lo que sucederá cuando sus actores sean leales y respetuosos aplicadores de la ley, al margen de intereses o simpatías, pero sí ser rigurosos en sancionar la corrupción y cualquier forma de ilegalidad, sea pública o privada.
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