En materia de comportamiento personal, existe un abismo de diferencia entre las organizaciones tribales y la sociedad actual. En las primeras, la relación era casi familiar, en particular por la solidaridad que prevalecía en sus relaciones humanas, en la actualidad prevalece la indiferencia, peor todavía, el individualismo, en particular entre varones.
No conozco la interpretación que darán los sociólogos a esta diferencia, pero la experiencia que tuve de niño y aún de adolescente era de compartir entre vecinos, no sólo del inmueble donde se vivía, sino se extendía incluso a los contiguos.
En esos tiempos, además, primaba la solidaridad o sea que no se quedaba sólo en la amistad, sino que se compartía vivencias, costumbres, acontecimientos familiares e igualmente cuando se tenía alguna pérdida familiar.
Era, además, significativo que cuando viajaba una familia vecina, el resto le cuidaba su vivienda como la propia. Por lo demás, la cooperación mutua se ponía de manifiesto cuantas veces fuera necesaria.
Otro detalle interesante que había en esos tiempos era encomiable. Si los propietarios tenían hacienda -en esos tiempos se llamaba finca- cuando se producían las épocas de cosechas hacían llegar sus productos en camionadas.
Podía primar el egoísmo, porque las vendedoras de los mercados asediaban a esos propietarios para comprarles sus productos, pero éstos no se limitaban a ello, en gesto de desprendimiento y amistad vecinal compartían lo que tenían, haciendo llegar a los vecinos canastillas. Podían estar en ellas frutas de los valles o los productos típicos del altiplano, que siguen siendo hasta hoy la papa, el chuño y la tunta.
En cambio, en la actualidad, en especial en los edificios que aunque sean de sólo unos cuatro pisos, no hay relación de amistad con los vecinos, ocasionalmente éstos se ven y, a veces se saludan, cuando coinciden en entrar o salir de los mismos. De ahí no pasa algo más. La exclusión y, en particular, el individualismo imperan de manera absoluta.
De esta manera, las sociedades de ciudades y pueblos de hoy no son más que nominales, puesto que cuando se trata del relacionamiento individual o personal no se cultiva, por tanto no existe.
Puede ser que tengan que ver mucho en ello los apremios del trabajo, pero se tiene los fines de semana y los feriados para relajarse y compartir con el vecindario, pero no se toma iniciativas en este sentido y esto puede ser porque no hay voluntad de hacerlo.
De esta manera, el vínculo familiar tiende a ser el recurso más asiduo y todo queda hasta ahí. Por supuesto, es muy grato que esto suceda, pero es bueno también que se vaya más allá. Obviamente, el vecino es el más cercano para tal posibilidad. Todo depende de tomar la iniciativa, aunque existe, a su vez, el temor a incurrir más bien en un error, pensando en que en la otra parte no hay ánimo de cultivar nuevas amistades.
Lo último que queda es el compañerismo que se crea en el trabajo, la cuestión, empero, puede ser más saludable, que surjan de esta relación las reuniones del grupo y que se avance hacia los conjuntos familiares.
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