Las políticas negativas del gobierno han impedido que hasta ahora, en once años, las inversiones en nuestro país hayan sido mínimas pese a que el régimen sostiene que existen las garantías del caso; pero la realidad ha mostrado que no es así porque las nacionalizaciones, las estatizaciones y otros extremos que son la apropiación indebida de empresas, y otras posiciones populistas, han determinado que no haya confianza en el país.
Se aprobó una Ley de Inversiones, pero no se lo hizo con los reglamentos respectivos, que son los que, en detalle, se encargarían de mostrar condiciones y garantías para que tanto capitalistas extranjeros como nacionales se animen a invertir. Todo muestra que existe un gran temor a la llegada de capitales extranjeros y nadie se explica las razones. Que hay temor en los posibles inversionistas nacionales, es cierto, pero las mismas están basadas en las políticas disuasivas demostradas por el gobierno y su partido en los últimos años.
Nuestro país necesita la inversión de tres tipos de capital: el financiero, el tecnológico y el humano. Ninguno de los tres confía en las promesas gubernamentales y, por el contrario, las susceptibilidades y desconfianzas se acentúan conforme pasa el tiempo. Hay mucho por explotar en el país para crear riqueza y generar empleo; existen rubros que prácticamente están muy poco explotados y, si se cree que la minería es uno que haya sido sobre-explotado, es falsa la presunción porque en la mayoría de los casos es muy poco lo que se hizo y que generalmente estuvo muy lejos de la planificación necesaria y la aplicación de tecnología de punta y uso de técnicas modernas. La explotación realizada hasta ahora -incluida la llevada a cabo por los grandes barones del estaño, es incipiente, especialmente porque toda la producción de barrilla mereció atención en hornos extranjeros para la respectiva fundición y lograr valor agregado-.
Comibol, que luego de la nacionalización del 31 de octubre de 1952 podía convertirse en la principal empresa pública rentable y efectivamente productiva, es, simplemente, dispensadora de empleos para militantes político-partidistas hasta el extremo de haber multiplicado por diez sus planillas de trabajadores; lo más grave, es empresa que casi siempre ha trabajado a pérdida y se ha convertido en dependiente del TGN para solventar sus necesidades. Comibol, pues, es empresa en la que no se puede confiar por ser netamente manejada con criterio político-partidista.
Las inversiones en Bolivia son absolutamente necesarias y de ello debe tomar conciencia el gobierno, tomando en cuenta el ejemplo de países como Argentina, Perú y Chile, que tienen anualmente miles de millones de dólares como inversión extranjera y, lógicamente, la propia posible inversión nacional, ya que empresarios al ver y sentir alejados definitivamente los “peligros socialistas”, están siempre dispuestos a invertir.
Más que temer a los inversionistas, hay que temer a las acciones negativas del propio gobierno y su partido.
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