Begoña Villacís
Durante siglos, las mujeres tuvieron que luchar contra múltiples barreras para salir del ostracismo al que habían sido condenadas y hacerse, por fin, visibles. Marie Curie, Lorence Nightingale o Rosalind Franklin nos demostraron que con valentía y sacrificio se puede liberar el lastre de una historia marcada por la desigualdad.
La historia de la humanidad ha sido contada y protagonizada por hombres, mientras que las mujeres han estado aparentemente ausentes en todos los ámbitos de la ciencia, la política o la cultura. No sólo por los obstáculos a los que debían enfrentarse para desarrollar sus capacidades, sino porque las que lo consiguieron fueron en la mayoría de los casos apartadas de la historia oficial.
Durante siglos, las mujeres tuvieron que luchar contra múltiples barreras para salir del ostracismo al que habían sido condenadas y hacerse, por fin, visibles. Los grandes cambios producidos en las distintas etapas de la historia hasta prácticamente la Revolución Industrial fueron negativos para ellas. Ya en la antigua Grecia, la influencia de Aristóteles posicionó a la mujer como un ser incompleto, al que había que cuidar, proteger y guiar, lo que implicaba un sometimiento total al varón y un alejamiento de la vida pública. En Roma, disfrutaban de mayor libertad que en Grecia, pero su participación política y ciudadana seguía estando vetada. Lo mismo en la Edad Media. Únicamente la cultura vikinga promovía un estado igualitario entre hombres y mujeres, tanto en lo legal como en lo social. La Edad Moderna, periodo de la aparición del humanismo y la ciencia experimental, tampoco fue mejor para la mujer. Lo mismo que el Renacimiento, que supuso un “renacer” sólo para los varones.
No será hasta 1792 cuando comiencen a reivindicarse los derechos de las mujeres contra su anulación social y jurídica, de la mano de Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los derechos de la mujer. Sin embargo, el punto de inflexión lo marcará la segunda mitad del Siglo XIX, de grandes transformaciones en los ámbitos ideológicos, económicos y sociales; algunas mujeres empezaron a abrirse paso en la vida pública. Entre otras, Ada Augusta Byron King (1815-1852), considerada la primera programadora informática de la historia; Lorence Nightingale (1820-1910), madre de la enfermaría moderna; Susan Brownell Anthony (1820-1906), líder del movimiento estadounidense de los derechos civiles; Marie Curie (1867-1934), pionera en el estudio de la radiactividad; o Rosalind Franklin (1920-1958), considerada la madre de la genética.
Un siglo después, tenemos que seguir hablando de igualdad y derechos, si bien en otros términos. Nuestro estado del bienestar nació incompleto porque en su germen no había políticas contra la discriminación ni políticas explícitas a favor de la igualdad. Por un lado, muchas mujeres siguen encontrando resistencias que les impiden alcanzar cotas profesionales o de liderazgo análogas a las que merecen, y a la vez, la plena incorporación de la mujer al mundo laboral implica conciliar la vida profesional y familiar, lo que a menudo es un verdadero reto.
Hemos avanzado y mucho, los retos pendientes no son baladíes: la brecha salarial, las dificultades para ser madre en plena crisis, la escasa presencia femenina en los centros de decisión empresariales y políticos, así como la lacra que supone el maltrato y el asesinato por cuestión de género. Por todo ello, necesitamos mujeres valientes que sigan en la primera línea, con mucho sacrificio, dejando claro que la sociedad puede cambiar. Para que dentro de otro siglo no tengamos que seguir luchando por esto.
Begoña Villacís es abogada y política.
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