Clepsidra
La espeluznante como aterradora imagen de un atraco armado ocurrido contra una joyería en pleno centro de la ciudad de Santa Cruz y trasmitido en vivo y en directo por televisión, ha concitado la consternación de la ciudadanía, ya que fue la primera vez que un acto criminal de semejante naturaleza tiene lugar en Bolivia, a más de haber sido expuesto tan espectacularmente a la población.
Sin embargo este insólito caso, pese a su carácter de unicidad, sobrelleva la complicidad de cárteles del narcotráfico con fuerte arraigo político en los países donde ha anidado la corrupción, bajo el amparo de un populismo socialista del Siglo XXI, sirviéndoles de brazo operativo para sus fechorías. No podría explicarse de otra manera los fenómenos de descomposición institucional y moral que estamos presenciando día a día, con sus ex jefes de estado: presos; imputados; o al borde de serlo, como es el caso del Perú, Brasil, Argentina, Panamá, Colombia, México, sin olvidarnos del trillado y patético caso de Venezuela.
A esta altura de los hechos, recordamos algunas de las siniestras como filosóficas advertencias de Marcos Herbas Camacho, alias Marcola, actualmente preso en una cárcel de Sao Paulo y Jefe del Primer Comando Capital (PCC), la organización criminal a la que pertenecían los atracadores de Santa Cruz, quien al referirse a la relación de su organización con su gobierno dijo: “¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas o en la música romántica sobre la belleza de esas montañas al amanecer, ahora estamos ricos con la multinacional de la droga, y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social”.
Ese es uno de los más dramáticos testimonios de una nueva clase de criminales que han encontrado en el tráfico de drogas un emprendimiento que supera de lejos las utilidades de muchas transnacionales, especialmente cuando éste ha logrado el amparo complaciente de sus gobiernos.
Hoy los territorios destinados al cultivo de coca en los países productores no paran de crecer y con ese mismo ritmo crece también el control del territorio donde se produce la cocaína, control ejercido por una legión de esbirros que como el “Polaquito”, un niño asesino de 12 años, comanda una banda de sicarios en Buenos Aires, con el agravante de estar adiestrado para matar y morir sin remordimiento.
Como en “Él bebe de Rosemary”, el drama de terror de Román Polansky, estamos viviendo una horripilante pesadilla de ser violados por el propio Demonio y de cuyo sueño no podemos despertar. Esta terrible realidad nos coloca en la disyuntiva de luchar contra el monstruo, como denodadamente lo vienen haciendo los venezolanos, o como lo hizo Rosemary cuando estuvo consciente de la realidad de su mal sueño, hundirnos en el conformismo y empeñar el futuro de nuestros hijos y nietos, meciendo y arropando al hijo del diablo en su cuna lentamente.
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