[Armando Mariaca]

Democracia es libertad y no campo para totalitarismos


Hacer ostentación de que se vive en libertad y democracia cuando ambos bienes son conculcados permanentemente en aras de intereses personales, de grupo o de partido político es demagogia y populismo; es, sobre todo, mentira en la que se sustentan las ambiciones, la egolatría, los deseos desmedidos de más poder y se oculta o minimiza la propia conciencia que, más temprano que tarde, podría incitar a que se obre con decencia, honestidad y responsabilidad.

Vivimos tiempos en que se cree que la democracia -el mejor sistema de vida de los pueblos y administración del poder por parte de los gobiernos- permite todo tan sólo porque las elecciones y designación de autoridades mediante el voto han señalado a quienes administren los países. Pobre criterio si se tiene en cuenta que no puede haber sana administración alejada de virtudes que sean valores y principios, si se hace abstracción de la institucionalidad y se menosprecia el principio de que el poder es para servir al bien común.

Quienes han conseguido llegar al poder de administrar, dirigir y servir al pueblo pierden fácilmente el principio elemental de que la misión suprema de quien ama y sirve es practicar y perfeccionar la institucionalidad y los sistemas que permitan mejorar los valores y, al hacerlo, sublimizar la vida de los pueblos en el ejercicio de la democracia que es agrandar, mejorar y respetar las libertades y la justicia con la observación de la Constitución y las leyes.

Regímenes que creen tener poderes legales dados por el pueblo mediante el voto, cual es el caso del gobierno tiránico de Venezuela, confunden el sentido de la democracia y se dan condiciones para manejar la arbitrariedad, el latrocinio, la conculcación de las leyes, el no respeto a los derechos humanos y, sobre todo, para actuar con absoluta carencia de moral porque ejercen su autoridad con el hipócrita criterio de que defienden a la democracia y al pueblo “contra quienes buscan destruir lo legalmente constituido en aras de intereses hegemónicos y que buscan aprovechar los bienes del país”. En el caso venezolano nada raro sería que el dictador Maduro en el colmo de su insanía quiera cerrar el parlamento.

Quienes afincan su poderío en la falsedad, han perdido hasta la mínima noción de verdad, equidad y justicia; viven obnubilados por sus ambiciones y por quienes -áulicos y cómplices sin sentimientos- alaban y pregonan todo lo malo que se hace porque así conviene a sus intereses de conseguir más poder político y económico. Muchos de los yerros cometidos por tiranos, dictadores y gobernantes que han tergiversado el sentido y fin de las leyes, son consecuencia de entornos que, por lograr favores, han convertido a sus amos en ciegos que no quieren ver y sordos que no quieren oír porque sólo escuchan las incitativas de los que están en torno y no dejan paso a la luz de la honestidad, la verdad y la responsabilidad.

Nuestro país, como muchos del continente y del resto del mundo, ha sido víctima de este tipo de colaboradores o funcionarios ajenos a todo bien y contrarios a lo mucho que podía hacerse con un actuar ceñido a valores y principios. En Bolivia, desde hace once años, se viven situaciones contrarias a los mismos propósitos de quienes buscaron al inicio de su gestión cambios para mejorar la situación de la nación, corregir viejos errores, terminar con la corrupción y actuar en parámetros de honradez y decencia con la finalidad de servir al país y no servirse de él; pero, se ha caído en los mismos yerros y, en muchos aspectos, se ha empeorado porque el mismo poder ha obnubilado las mentes y anulado buenos propósitos de los que cuentan con poder.

Estos comportamientos se han visto acentuados con el tiempo que ha creado más soberbia y petulancia por creer que ser autoridad implica propiedad del Estado; en otras palabras, se avasalló los intereses colectivos con la pretensión, no confesada, de convertir en vasallos o esclavos de ideologías ya obsoletas, pero con la intención cerrada de resucitar lo que fue rechazado y enterrado hace muchas décadas, luego de haber causado graves daños a la humanidad.

Estamos a menos de una década para que el país cumpla 200 años de vida; vida que ha sido compartida por gobiernos legales y dictatoriales conformados por ambiciosos; pero, a la vez, por regímenes que siendo legalmente democráticos han prostituido sus propias conductas e intenciones y han manejado mal al país en vez de administrarlo debida, honesta y responsablemente. En el corto tiempo que falta para el año 2019, es preciso que haya el propósito en quienes tienen poder político, económico y social y en los que están en los cuadros de la oposición que haya cambios, que se vea al país como la patria común de todos; que se destierren sentimientos y complejos que sólo muestran resentimientos y odios que nada bueno aportaron en once años; que se entienda especialmente que sólo el amor, la concordia y el vivir en paz y constructivamente sirve a los intereses generales en los que todos deberíamos estar inmersos.

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